Opinión

El maldito beso

Nunca me ha parecido el presidente de la Federación Española de Fútbol un sujeto capaz de vestir con dignidad y prestancia un cargo que hace muchos años está en malas manos aunque cambie con frecuencia el personaje que lo ostenta. Al contrario de la de baloncesto que genera  buenas vibraciones a lo largo de su historia, y que en estos últimos tiempos ha sido gestionada con pleno acierto, elegancia y precisión por un gran presidente como Jorge Garbajosa -quién acaba de hacer efectiva su dimisión para irse a presidir la federación europea- la de fútbol ha generado desde siempre grandes dudas y sospechas, ha padecido titulares sumamente polémicos, y salvo que me equivoque, sus dirigentes no solo no transmiten  simpatías sino muy al contrario, despiden más sombras que claridades.
El de ahora, Luis Rubiales, no está precisamente sobrado de distinción, y presenta un expediente muy cargado de extraños y sombríos comportamientos, como si su condición de máximo dirigente del fútbol nacional le facultara para hacer lo que no se debe. El último episodio de su actividad casi siempre polémica, se ha encargado de liarla y lo más triste es que ha empañado una fecha gloriosa para unas mujeres admirables y para todo un país, a fuerza de cometer estupideces. Esta se las trae: un beso en la boca a la jugadora Jenni Hermoso, a la que el proceder de su presidente pilló desprevenida, y que liberó su desagrado posterior por una actitud que no tiene explicación ni viene a cuento. Uno entiende una explosión de cariño y entusiasmo, con abrazos, achuchones y saltos de alegría. E incluso un controlado desmadre del cuerpo directivo como no podía ser menos. Pero ese besazo de película en mitad de la bemba y a toda cámara, es una muestra más de irresponsabilidad que hay que añadir al largo catálogo de estampas impropias de un presidente que en sus gestos y actitudes no ha pasado de enseñanza general básica.
Como no podía ser menos, la clase política ya ha saltado la barrera y se ha personado en la causa. No podían faltar en esta cita las ministras en funciones, Jone Belarra e Irene Montero, que van juntas a todas partes y más ahora que necesitan angustiosamente motivos para recuperar el prestigio tan tristemente derramado. Por eso no han dudado en catalogar el hecho como una agresión sexual. Rubiales no es muy listo. Incluso es zafio y más bien tirando a justo de entendederas. Pero ahí nos quedamos. Que no es poco.  

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