Opinión

El día de los alcaldes

Concluía ayer el plazo para la constitución de las corporaciones municipales, muchas de las cuales eligieron a su alcalde unos minutos antes de que se agotara el tiempo otorgado por la ley para constituirse. En no pocas localidades se produjeron también sorpresa de última hora que ofrecieron un resultado muy diferente al esperado, e incluso al pactado horas antes, mostrando un escenario caracterizado por una notable inestabilidad política que presagia la posibilidad de vivir un curso político en las administraciones locales que se distinga por abundantes mociones de censura. Al fin y al cabo, esta atomización de la oferta ideológica ha permitido la aplicación de todo un recital de maniobras capaces de convertir la elección de alcalde en un oscuro circo en el que se han producido todas las modalidades de consenso. Es menester expresar que Vigo ha protagonizado el caso de elección más sencillo. Elección por aplastante mayoría, y la vida sigue para un alcalde que le saca dieciséis concejales de ventaja al siguiente clasificado. Cien mil votos son aval más que suficiente para hacer de Vigo un caso que apenas admite comparación. 
Naturalmente, en el resto de las circunscripciones no ha sucedido así, y la jornada cumbre de las elecciones municipales nos deja como recuerdo la duda misma sobre si estamos utilizando un sistema de elección justo y razonable o, por el contrario, nos estamos equivocando de medio a medio y hemos puesto nuestra confianza en un método que cada vez convierte este ejercicio democrático en un sainete más absurdo y ridículo. El panorama ofrecido por este sábado tan presente en la vida parlamentaria del país no es, precisamente, el más edificante, y las crónicas nos ha dado cuenta de situaciones tan ilógicas que parecen abundar en el sentir cada vez compartido de que el sistema de elección municipal que utilizamos no es ni el más sensato de los sistemas ni tampoco el más justo.
Los vigueses no vamos a asistir a un panorama inestable e incómodo ni tenemos riesgo alguno de una batalla municipal que impida la gestión y lo ponga todo constantemente perdido. Pero Vigo es una excepción. En el resto –incluyendo las joyas de la corona, Madrid y Barcelona- puede pasar cualquier cosa. Y pasará sin duda.
 

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