Opinión

El cambio de criterio

Todos los que ahora están metidos en política con la experiencia suficiente para recordar tiempos anteriores, coinciden en afirmar que la política ha cambiado mucho. Es natural, y también ha cambiado la medicina, el periodismo, el fútbol, la empresa, el turismo, la música pop y el sexo, entre otras muchas facetas de la vida misma. Sin embargo, me da a mí la impresión de que, si bien en la mayor parte de estos campos de actividad citados el paso del tiempo ha resultado beneficioso, en el caso de la política, la lógica evolución del trascurso de los años no le ha sentado bien.
Recuerdo que uno de comportamientos políticos más penalizados en los viejos tiempos era  el cambio de compromisos. A los políticos no les traía a cuenta cambiar de planteamientos de un tiempo para otro y lo de hacerlo en el breve espacio de unos días ni siquiera se planteaba, en función de la respuesta que este cambio operaba en el votante. Las alternativas, los cambios, las modificaciones en los idearios, se llevaban a cabo poco a poco, y debían consensuarse con las ejecutivas de los partidos. Y en cuanto al electorado, se comportaba de un modo muy exigente y consideraba un cambio brusco de tendencia simplemente una mentira. Y a los mentirosos, además de crecerles la nariz, se les castigaba con inusitada contundencia. 
Hoy, la sociedad se ha vuelto permeable, desconectada y mucho más comprensiva, y no hay ni un ápice de exigencia en su relación con la clase política que le representa. Por eso, pueden producirse situaciones como la que ha creado Pedro Sánchez en su instantáneo entendimiento con Pablo Iglesias al que durante meses negó por activa y por pasiva, ilustrando esa negativa con pasajes inolvidables como aquel en el que afirmó que ni él ni el millones de españoles podrían conciliar el sueño con Iglesias de vicepresidente, lo cual sospecho que era precisamente la verdad y lo de ahora es la mentira. Sánchez no se ha cansado de reafirmar que no desea ser presidente a cualquier precio y que antes son sus convicciones que sus lógicos deseos de llegar a la Moncloa.
Desde el punto de vista estricto, Pedro Sánchez miente. O bien miente ahora cuando califica de rabiosamente progresista y benéfico el acuerdo firmado con Iglesias, o mentía antes cuando negaba a Iglesias cualquier  posibilidad de concordia. Y mentir está muy feo. Hasta para Sánchez. 

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