Opinión

Doscientos cincuenta millones

He sabido que en torno a 250 millones de jóvenes de todo el mundo en edades comprendidas entre la infancia y los primeros brotes de la adolescencia, no podrán llegar a tener una vida satisfactoria por carecer de oportunidades. Entre ellos hay con toda seguridad chicas y chicos de talento inigualable y dotes asombrosos para convertirse en personajes de capacidad y sabiduría trascendente para mejorar el ritmo y las condiciones de existencia del género humano. Pero no podrán hacer lo que seguramente sus extraordinarias dotes naturales se habrían merecido, simplemente porque han nacido y se han criado en ámbitos en los que la posibilidad de formación les está vedada y el acceso al conocimiento no les pertenece. Son 250 millones de oportunidades perdidas para una causa que debería conmovernos y movilizarnos a todos y muy especialmente, a aquellos resortes de poder y riqueza que controlan el mundo. La clase política nacional es de tercera división, pero las de los demás países civilizados, por desgracia, no les va a la zaga.
Son cosas que dan que pensar. Especialmente a aquellos que hemos tenido la inmensa y seguramente inmerecida fortuna de venir al mundo en lugares y escenarios cuyo perfil permite avanzar por los milagrosos caminos del saber, la ciencia, la intelectualidad y el trabajo. Yo me miro al espejo y todavía no encuentro la razón por la que a mí me ha tocado en suerte estar ahora mismo sentado delante de la pantalla de un ordenador escribiendo esta modesta y en múltiples ocasiones insoportable columna que ya ha dado todo lo que tenía que dar, y otros mucho mejores y con más talento no pueden ni soñarlo. No es fácil averiguar dónde anidan las claves de tanta fortuna.
Estas pinceladas de información que saltan de vez en cuando para llamar a la puerta de las conciencias de los privilegiados demuestran también que el mundo en el que vivimos está construido de fatuas vanidades. Cuando 250 millones de almas en construcción se quedan con las ganas de ser mejores, una cuadrilla de indocumentados con  acta de diputado, senador o concejal se enzarzan en batallas inútiles defendiendo no las necesarias exigencias de una parte del mundo injustamente olvidado sino sus propias necesidades. ¿Le importa algo al cerril inepto de Puigdemont lo que les pase a promociones y promociones de chavales que anhelan progresar?... Pues no, claro. Ni aunque hablaran catalán.
 

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