Opinión

Chorizos sin sidra

Hay lugares que se engastan en la memoria de la colectividad por su notable aportación a causas que inspiran conocimiento, dignidad y nobleza y hay otros que, por el contrario, traspasan los umbrales de la Historia por ser lugares malditos. Uno, que no ha corrido tanto mundo como quisiera, ha conseguido visitar  asentamientos que inspiran ambas percepciones. Ha estado por ejemplo tomándose una  gratificante birra fresquita –no helada que eso en Inglaterra no acaba de aceptarse de buen grado- en The Cavern Club de Liverpool, rodeado de aromas que susurran “Please please me”, y ha visitado el campo de concentración de Auschwitz en el sur de Polonia, completando una de las excursión más inquietantes de su vida.
El caso del restaurante madrileño “La Chalana” podría situarse en el segundo de los apartados, pero sería injusto que solo fuera recordado por ello. El caso es que aparece en todos los papeles elaborados por la Guardia Civil como lugar de cita fijo de los implicados en el caso Koldo. Se trata de un local asturiano –uno de los dos que la firma posee en Madrid- especializado en pescados y mariscos que se sitúa próximo al Bernabéu y que, según los investigadores que llevan siguiendo al asesor-guardaespaldas-recadero por medio país desde hace un año por lo menos, lugar elegido por los componentes de la trama para despachar los temas concernientes al negocio, desde las mascarillas empaquetadas a la hoy presidenta del Congreso Francina Armengol, entonces presidenta de la Comunidad Balear, hasta la elección de mediador contratado para negociar la pasta de Venezuela en el turbio contencioso de la línea aérea. “La Chalana” es, por tanto, una de muchas marisquerías que se reparten por Madrid y en las que los madrileños subliman el consumo de productos marinos –la carta cita la posibilidad de consumir un centollo a seis euros por lo que es lícito dudar de su bondad- pero podría acabar pasando a los anales precisamente por la afluencia de chorizos en el local y no precisamente cocinados a la sidra. “Que hablen de uno aunque sea bien”, decía en una de sus más felices ocurrencias el pintor Salvador Dalí. Pues esto es lo que seguramente pensarán los dueños de  comedor norteño cuando los turistas quiera comer en la misma mesa que usaron Ábalos y Koldo antes de ir al trullo. 
 

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