Opinión

Alcaldes que se entienden

Diez años después del último episodio de acercamiento, los alcaldes de Madrid y Barcelona se han vuelto a reunir poniendo fin al absurdo periodo de sequía que decidió Ada Colau mientras fue alcaldesa de la Ciudad Condal  porque no quería mezclarse con el sucesor de Carmena, con la que tenía una buena relación fruto de la mutua sintonía política. Colau se negó a juntarse con Almeida del que estaba ideológicamente distanciado, y ha tenido que ser el socialista Jaume Collboni quien abra la puerta y restablezca del modo más natural unas relaciones que nunca debería haberse interrumpido. Que las dos ciudades más pobladas, económicamente más poderosas e importantes de España llevaran diez años sin dirigirse la palabra es una de tantas majaderías que la sociedad insensible de hoy vive y tolera a diario de una manera sorprendente como si la situación de una y de otra urbe y su distinto perfil marcaran distancias irreconciliables e impidieran  una relación que muy al contrario, debería ser fácil, natural y fecunda como corresponde a dos núcleos urbanos fundamentales en el desarrollo del país, cuyo papel preponderante reclama vínculos comunes, diálogo permanente y experiencias compartidas.
 Han bastado sin embargo dos horas de encuentro, un paseo por Cibeles y Gran Vía, una normal convivencia con una gratamente sorprendida ciudadanía, y la voluntad de dos personajes inteligentes, generosos, sensatos y bienintencionados, para retomar el camino que nunca se debió perder y que Colau se empeñó en cegar apelando Dios sabe a qué absurdos motivos. Collboni fue el anfitrión de Sánchez en su cierre de campaña que acabó esta vez en Barcelona, pero les debe la alcaldía a los concejales populares que decidieron poner sus escaños a disposición de la opción socialista para impedir que el independentismo volviera a adueñarse de la casa consistorial barcelonesa. Almeida, por su parte, no se ha perdido una concentración ni mitin organizados en protesta por la influencia otorgada al independentismo catalán pero ninguna de esas dos aptitudes puede impedir que dos alcaldes de de dos ciudades radicalmente distintas pero de la mayor influencia en la vida del país puedan disfrutar de unas relaciones normalizadas y habituales que incluyan su propia amistad personal o cuando menos, su mutuo respeto. Eso sí es lo corriente y no lo que ha sido.

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