Opinión

Los límites del "engaño suficiente"

Pues, dilecta leyente,  la supongo informada de ese “sucedido” en que un andoba le pagó a unas “mujeres de moral distraída” con dos bin laden (2 billetes de 500 euros) por sus “servicios”, que parecían más falsos que los orgasmos de las titis.

Las crónicas nos dicen que dos bandarras contrataron a sendas prostitutas de “alto standing”, trabajadoras de un prostíbulo de lujo, para darse un homenaje (“porque yo lo valgo”) y, tras darse los oportunos revolcones llegó el momento de tirar de bimba, y el “pagafantas” sacó unos sospechosos billetes que dejó algo mosqueadas a las damas, por lo que al regresar al garito, lo primero que hicieron fue comprobar con la “detectalia“ la  sinceridad de los billetes, la cual diagnosticó que mentían más que los que salen en los papeles de Panamá.

Ni cortas ni perezosas, como los julays las habían llevado a su propio domicilio, estas recorrieron de vuelta el camino, esta vez con la bofia, para denunciarlos. Y entonces vinieron las dudas: Si, como parece, el sospechoso se aprestó a pagarles con otro dinero, cabía la posibilidad de que supiera que tenía dos o una colección de binladen falsos e intentara darle salida, dando por hecho que las chicas no se iban a enterar y los transmitirían sin más a su  excelsa clientela, o que se equivocase al entregar los binladen, que reservaba para alguna operación más importante (los bancos centrales europeos habían comenzado a retirarlos para poner coto a las actividades ilícitas). O podría ser que él también fuese una víctima (aquí ya entra la labor de los “boguis”)

Podríamos estar ante unos falsificadores o distribuidores de moneda falsa, lo que es un delito grave, que se pena hasta con 12 años de talego; o simples timadores, si los billetes fuesen tan burdos que hasta podrían ser fotocopias de los auténticos. Pero también en el caso de que el billete lo hubieran recibido de buena fe (de ese valor tenía que ser tras una “buena” operación), si lo expenden (le dan salida)  cuando ya saben que son falsos, incurrirían en responsabilidad, pero mucho menor. 
Lo que es cierto es que si usted, dilecta, como buena samaritana, lo entrega a las autoridades, el billete no se lo reintegran cambiándoselo por uno de curso legal; o sea lo pierde. Algo que desde luego no estimula la colaboración.

Lo que en todo caso sí se hubiera podido cometer sería una Estafa respecto a las señoritas de compañía, pues aunque el objeto del contrato verbal esté fuera del lícito comercio habría engaño, por una contraprestación voluntariamente aceptada entre adultos. Por el contrario a ellas no se les podría obligar a realizar la prestación de hacer o dejar hacer, a pesar de los falsos orgasmos, pues ello sería sencillamente una violación.

La papeleta que se le presentaba a la Policía era complicada, pues ni podían obligar a los otros al pago, ya que podrían ser considerados colaboradores al ejercicio de la prostitución, ni podrían negarse a intervenir. Por ello, acertaron limitándose a identificar a los tunantes e incautándose de los billetes para comprobar por medios científicos su falsedad y actuar en consecuencia.

La detención estaría justificada si los billetes fuesen falsificados con cierto arte, pues sería delito de Falsificación de moneda, cualquiera que fuese su valor aparente, pero también si eran grotescamente impresos pues entonces la Estafa superaría los 400 euros (el “servicio” parece que consistía en 1.000 euros) y eso si no se aplica la particular doctrina de Martín Pallín, sobre el “engaño suficiente” Además, como habría dos perjudicadas, el juicio se llevaría por dos delitos  de Estafa. 
Últimamente la jurisprudencia ha cambiado, conforme varía el sentir general sobre lo que se llamaban las “buenas costumbres”, y da su protección a las mujeres que ejercen la prostitución, haciendo abstención de la consideración de tal práctica, incluso en el caso de explotación laboral en el “puticlub”.

Como tiene dicho la sexóloga y escritora, Valérie Tasso: “En la prostitución el cuerpo no se vende, se  emplea”, y como suele asesorar la madame a la joven lacorrilla “En el instante en que comienzas a enamorarte de los clientes, es el momento de dejarlo”.

En fin, que resultó que los billetes era auténticos, de curso legal, aunque en extinción (y por ello las titis podían haberse negarse a recibirlos), así que las señoritas tendrán que cambiar de “polígrafo billeteril”, y los clientes de señoritas.

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