Opinión

Asesinos de prostitutas

Pues, dilecta leyente, el reciente caso de Jorge Ignacio Palma, el asesino confeso de  Marta Calvo, a la  que diseccionó como a un pavo yanqui el Día de Acción de Gracias, y sospechoso de la muerte de varias prostitutas, seguramente siguiendo el mismo ritual, le convierte en un potencial asesino en serie. 

Lo que, al parecer, le diferencia de otros depredadores sexuales es el método, consistente en llevar a sus víctimas a la sobredosis cocainómana, concurrente, posiblemente, con la asfixia mecánica, durante el  letal acto sexual conocido como “fiesta blanca”, y luego hacerlas desaparecer. Ahora la policía española investiga cuántas otras muertes cabe imputarle a este singular criminal, mitad fiestero y mitad carnicero.

A los criminólogos nos interesa la personalidad del criminal, el móvil de su acción, el patrón que ha seguido para elegir a sus víctimas, pero también los factores que se dan en aquélla que de alguna manera hayan propiciado su fatal desenlace y que nos pueda llevar a la conclusión de que entre el cazador y su pieza ha habido, en algún momento, una tenue línea que les unió, aún sin ser consciente la víctima.

Uno, se pregunta por qué tuvieron tal repercusión los asesinatos de prostitutas en la Inglaterra victoriana de 1.888, atribuidos a un desconocido, al que dieron en llamar “Jack El Destripador”. Hubo, eso sí, muchas especulaciones sobre su identidad, desde que tenía que ser un médico, por la precisión de las escisiones que presentaban los cadáveres, hasta alguien de la realeza. Ahora sale un grafólogo español y dice que el misterioso criminal era el inspector de Scontland Yard, Frederick George Abberline. Lo que demuestra el interés que aún hoy sigue despertando tal alimaña y su móvil.

Y, sin embargo, a este asesino en serie sólo se le atribuyen siete víctimas, cuando otros criminales de su misma “especialidad” le ganan en número y similar sadismo. La razón de este interés por el inglés, quizás se deba a que el hecho constituyó un estrepitoso fracaso para la policía tenida como la mejor del mundo, a cuya reputación habían contribuido grandes escritores de novelas policiacas de la época.

Pues bien, también el FBI tiene su talón de Aquiles en el misterioso caso de Dan Cooper, que allá por 1.971, tras secuestrar un avión con pasajeros y recibir de las autoridades 200.000 dólares por su liberación, se lanzó en paracaídas, sin que se haya vuelto a saber de él ni de la “guita”. Pero centrémonos en los asesinos de prostitutas, que es lo que nos motiva en esta ocasión. Ahí tenemos al yanqui Gary León Ridgway, pintor de camiones, que en los años ochenta mató, por estrangulamiento, a 48 prostitutas, en el estado de Washington. El móvil aquí está claro: odiaba a estas mujeres como pecadoras, ya que él era un singular devoto de extraordinario fervor religioso, lo que no le impedía tener sexo con ellas. La mayoría de sus fechorías las cometía en un camión de su propiedad.

Otro compatriota de aquél, nacido en Iowa, era Robert Christian Hansen, cazador, que les disparaba con su rifle y las remataba con su cuchillo de monte, después de violarlas con sadismo y obligarlas a correr por el monte para salvar su vida, consiguiendo unos veinte “trofeos de caza”, también, como el anterior, en los años 80· En este caso, el asesino tenía una buena posición económica y buscaba en ellas vengarse de las burlas que recibió en su infancia y juventud, por ser bajito, con pronunciado acné y tartamudo. Fue diagnosticado de trastorno bipolar.

En Alemania fue detenido el camionero Volker E. por haber estrangulado a ocho de estas mujeres, durante sus rutas de transporte, entre 1.999 y 2.006. A tres de las cuales las mató en nuestro país. En el registro de su vehículo se encontraron mechones de cabello y trozos de ropa de sus víctimas. Lo más probable es que además fuera fetichista. 
En nuestro país, tenemos como representante de estos escabrosos crímenes a Joaquín Ferrándiz Ventura, al que se le atribuyen ocho muertes de estas mujeres, por estrangulamiento, entre julio de 1.995 y febrero de 1.997, y no era un camionero, como creía la Policía, sino un vendedor de seguros. Fue diagnosticado de psicópata.
La razón de elegir como víctimas a estas mujeres es su vulnerabilidad: Se brindan frívolamente a seguir al cliente, cambian frecuentemente de residencia, no suelen tener familia y, por ello, nadie las echa de menos.

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