Opinión

Post festum, pestum

Pasados los romanos, extinguidos los visigodos, fracasadas las dos Repúblicas, terminada la Guerra Civil, España volvió a ser un Macondo cavernícola: las libertades no se conocían, ni siquiera podían señalarse con el dedo; la Iglesia cobijaba bajo palio al despotismo y los grises calzaban hostias como panes de cemento. El país se mantenía, a pesar de todo, unido en la censura y el mutismo.
Palmó el Generalísimo y no estaba todo tan atado: cada quien tiraba por su feudo. Se proclamaron diecisiete cleptocracias. Se coronaron diecisiete caudillos que, con su cohorte de corruptos y advenedizos, gobernaron a las diecisiete tribus. Se promovieron lenguas entrañables que luego resultaron viperinas; incluso el silbo tan perruno, tan social, tan gomero, zumbó para vindicar hegemonías y exaltar provincianismos.

La impunidad se hizo costumbre, la costumbre fuero y el fuero casta. Y habitó entre nosotros. Los chamanes se intercambiaron como cromos transferencias por alianzas. El ruido de sables se fue acoplando al de los bafles. Y surgió una estirpe de cantautores y cantamañanas que hizo buena aquella España de charanga y pandereta. Hasta tal punto que hoy en día una ardilla puede atravesar la península Ibérica saltando de hijo de puta en político (óbviese la redundancia) desde Finisterre hasta Tarifa.

El “café para todos” se trastocó en droga dura. A ello contribuyeron encubridores de serpientes como González (caso Banca Catana); míster “Ánzar” (trajinó con España en el Majestic mientras parlaba català en la intimidad); Zapatero, el bambi lelo, que sólo anduvo a sus zapatos; Rajoy, el inane, que requería de tutor incluso para respirar; sin despreciar a los molt honorables Pujols, los Mas, los Camps, los Chaves, los Griñanes; a los que ayudaron los Bárcenas, Matas, Fabras, Ratos y demás roedores de cloaca.

Mientras tanto los eruditos de la nueva casta, polímatas de la ignorancia, pesebreros del erario público, politólogos de las grilleras televisivas se perdían en vericuetos bizantinos acerca de cómo denominar los nuevos contubernios: ¿naciones?, ¿comunidades nacionales?, ¿identidades territoriales?, ¿nacionalidades?, ¿hechos diferenciales?, ¿agravios comparativos? Y así fuimos dando tumbos y concesiones hasta llegar al “junst eta ó carallo”, que yo auguro en las tres lenguas cooficiales.

“Post festum, pestum” decían los romanos; después del festín la fetidez. Y en eso andamos. Celebrando un desencuentro ya cantado. Trastocando liturgias y palabras: nombrando ministros sin cartera (óbviese el pastizal de la de los Sres. Iglesias) para equilibrar las bicefalias; llamando pactos a los desprecios, coaliciones a los chantajes, progresismo a la inestabilidad, conflicto al secesionismo y socios a los felones. 

Pedro y Pablo se fundieron en un cínico “si quiero” rociados con el cava burbujeante de separatismo. Barra libre y bacanal, desde Teruel hasta Euskadi, pasando por el Procés. Tras el banquete nupcial vendrá la náusea, el vómito, la hediondez. El festejo lo pagaremos entre todos.

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