Opinión

¿Qué pasa con la juventud?

Estoy constatando un detalle que me hace pensar, y es la actitud de un sector de la juventud en el tema político. Como si algunos pretendiesen ir de un extremo al otro. ¿Existe entre el mundo juvenil algún grupo capaz de ser moderados y estar en el medio con ponderación y equilibrio? Tengo mis serias dudas, sobre todo porque me muevo entre este sector al que llevo años dando clases.
La noche electoral en Madrid hubo una gran concentración enfrente de la sede del PP en la calle Génova. Y hemos podido constatar que entre aquella multitud la inmensa mayoría eran jóvenes de ambos sexos portando banderas del partido ganador y de España. Toda una muestra que debiera hacer pensar tanto a las familias como a los educadores en general sin olvidar a los dirigentes de las formaciones políticas.
¿Acaso aquella muestra es reflejo de la situación actual? Se vio también en Vallecas, otrora sede de la extrema izquierda y en concreto “feudo” de Podemos, cómo los resultados fueron desconcertantes a favor de la candidata ganadora, la señora Ayuso. Más aún, entre la huestes de Vox se pueden ver a muchos elementos jóvenes. También es cierto que abundan entre los seguidores de la extrema izquierda. Desconozco, como digo, cuántos se mueven en el centro.
Tengo una anécdota que creo interesante. Un grupo de bachilleres que, sin saber dónde y quién les enseñó el “Cara al Sol” se lo saben de memoria y cantan a tiempo y destiempo… Se enteró un profesor y al llegar a clase pretendió enseñarles “La Internacional”… Ni uno lo siguió, y en un efecto bumerán la gran mayoría luciendo símbolos incluso fascistas con la bandera con el águila de San Juan utilizada por los Reyes Católicos. 
Esta es la realidad y el fruto de una sociedad que se mueve entre unos parámetros que para generaciones pasadas eran impensables. ¿Es buena esta actitud? Tengo mis serias dudas porque llevadas al extremo conducen a lamentables y agresivas actitudes que en nada favorecen a la concordia y el diálogo en una sociedad democrática. Bien creo que la juventud, por naturaleza, busca siempre lo novedoso e incluso cotas altas que después con gran incoherencia tratan de combinar con unas líneas que a veces conducen a la acracia, partiendo de unos principios de una supuesta sociedad sin ley en la que la norma la dicta cada uno en particular. Todo ello porque un gran sector cuestiona cualquier orden o imposición y de ahí estamos viendo cómo, a pesar de las restricciones, siguen organizando botellones con reuniones de todo punto ilegales en la situación de pandemia en que vivimos.
Pero, dejando a un lado estas partes negativas, queda la incógnita, después de observar esas manifestaciones que comentamos, si éstas serán fruto de una nueva época en la que la juventud va de cierta anarquía hasta una utópica acracia. Algunos consideran que los límites coartan la libertad del individuo y es lo contrario. La norma establece una serie de pautas a seguir, crea un automatismo que nos libera del estrés. Lo imprevisto nos inquieta y a menudo nos angustia. En la historia de los seres humanos, la aplicación de normas es una constante, probablemente también en la prehistoria hubo normas entre las comunidades humanas. Las leyes son una necesidad y emanan de un sentido práctico a la vez que moral para ajustar la convivencia de tribus, pueblos, regiones o países. Son prácticas porque nos dicen cómo conducirnos en nuestro entorno, para facilitar nuestro trabajo, desplazamiento, relación; y son éticas porque deseamos que las normas sean “buenas” para todos. El bien común necesita un orden que controle la sociedad.

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