Opinión

¿Qué libertad de expresión?

A veces da la impresión de que esto es la selva y que cada quien puede campar por sus respetos y hacer todo aquello que en sus ocurrencias les venga en gana. Perplejidad y asombro producen ciertas actitudes que, cuando menos, significan una falta de respeto para un grupo de personas, sean muchas o pocas, es igual. Porque cuando a uno le insultan a su madre -y es una sola persona- se siente con toda razón ofendido. Se exige respeto. 
Lo ocurrido en la final de la Copa del Rey de España a muchos nos rompe los esquemas de la educación, el respeto y la deportividad. Supone un despropósito que debiera cortarse de raíz. Como en 2009 y 2012 nada se hizo, la cosa va a más.
Cuando se ingresa en una institución, la que sea, o en cualquier evento que ésta organice uno ya sabe a lo que va. Hay unas leyes y existen unas normas. Uno si va a una mezquita sin sacarse el calzado, lo ponen fuera, como debieran poner en la calle a quienes acceden a un templo sea budista, católico o protestante realizando actos o manifestándose en contra de todo lo que esas religiones propugnan. Se sabe a lo que se va y quedan dos posturas: ir y comportarse o quedarse en la calle.
Parece incoherente que se compita por un trofeo que lleva un nombre y que es de una nación y se vitupere al patrocinador y maltrate a los símbolos que lo representan. Sería lógico que si esto ocurre se negasen a recoger el trofeo. ¿Para qué lo recogen y saltan de alegría si previamente se ha rechazado lo que significa? Por otra parte, España, como cualquier país, tiene su himno y su bandera que admitimos la inmensa mayoría de los españoles desde Finisterre al cabo de Gata. ¿Parece correcto que se ofenda a tantos millones de personas?, ¿que se autorice la distribución de los silbatos y, en el colmo de la desfachatez, todo un presidente autonómico y uno de los jugadores acojan con una incalificable sonrisa tal desmán?
Entra en juego el Estado y sus gobernantes, que debieran haber cortado lo que se venía pronosticando. Cuando en Francia se pretendió pitar a “La Marsellesa”, el Gobierno amenazó con suspender el partido y jugarlo a puerta cerrada, y todos después "ni pío". Acaso aquí parece que saben que nada va a pasar y por eso actúan. Le faltó garra y decisión al Gobierno para defender a los millones de españoles que nos sentimos como tales y que somos la inmensa mayoría. El ejecutivo debe saber gobernar y tomar decisiones por respeto al bien común, sin miedo.
Al rey le quedaban tres opciones: quedarse en Madrid (le llamarían cobarde), salirse cuando comienza la pitada (miedoso, le dirían algunos) o hacer lo que hizo. Cumplir con su deber firme y serio como requeriría la situación. Dio un ejemplo desentonando con el que tenía a su derecha con cara de incomprensible y cínica actitud de aprobación implícita. Todo esto al árbitro ¿le pareció "normal"?
Las cosas debieran ponerse en su sitio e ignorar los deseos de los presidentes catalán y vasco que pretenden que se haga la vista gorda, en aras de la libertad de expresión. ¿De qué libertad están hablando? ¿De aquella tomada por la mano para ofender a millones de ciudadanos que piensan distinto? Supondría una grave ofensa pública que el Parlamento debiera legislar y el Gobierno corregir. La libertad es para el bien y nunca debiera serlo para el mal.
Un día después del partido que comentamos, se celebró en el Estadio Nacional del Jamor, en Lisboa, la final de la Taça de Portugal. Todo el estadio, que estaba a tope, escuchó con sumo silencio, respeto y asentimiento, cantando incluso, el himno nacional. Yo pensaba, viendo el partido Braga-Sporting de Lisboa, cuan diferentes somos pese a estar cerca y eso que las dos aficiones estaban muy bien caldeadas. Nuevamente España sigue siendo diferente.

Te puede interesar