Opinión

¿Anarquía o acracia?

Siguiendo con el tema de jueves pasados, sería interesante echar un vistazo a la historia y comportamiento de los pueblos a lo largo de los siglos y saber descifrar los resultados de la acracia (pueblo sin ley) y de la anarquía (pueblos con leyes que se marginan). Las normas son una constante desde la prehistoria. Siempre ha habido normas entre las comunidades humanas. Una necesidad emanada de un sentido práctico y moral para la convivencia. Dicen cómo debemos conducirnos por ellas en nuestro entorno, en el trabajo, desplazamiento y relaciones sociales. Salirse de las leyes entraña un riesgo para el que lo hace. Dan seguridad, estableciendo los límites del actuar individual y colectivo. Dracón (620 a.C.) estableció una serie de leyes cuya violación era castigada, independientemente de su gravedad, con la muerte. Decía que cualquier delito merecía la pena de muerte y para los más graves no encontraba un castigo peor. Pero otro ateniense, Solón, nombrado arconte en 594 a.C. creó una serie de leyes que afectaban a todos los aspectos de la sociedad con una base en la justicia y en un sistema que sería el origen de la democracia. 

Algunos consideran, también ahora en la pandemia, que los límites coartan la libertad del individuo, y es al contrario. La norma establece una serie de pautas a seguir. Lo imprevisto inquieta y angustia y tampoco podemos vivir en un estado de constante imprevisión; en una sociedad cuya ley es la de la selva es imposible la convivencia que nos hace más humanos. Vivimos en la globalización, la sociedad de internet, se habla de la sociedad líquida (S. Bauman), de la sociedad de la transparencia (Byung-Chul Han), de la nueva economía (Noemi Klein), etc. y se pone de manifiesto el cambio social que ello produce en una escasa decena de años, y la pregunta es: ¿para qué? Y podemos continuar preguntándonos ¿estamos mejor y en qué?  Nadie controla nada, ni siquiera las naciones más poderosas son capaces de evitar acosos informáticos a sus bases de datos, los “crash” bursátiles, económicos, las previsiones a corto o medio plazo son imposibles. Internet tiene pocas normas e ineficaces. Imposible dominar todo el mundo virtual. 

Mientras, las TIC ocupan más horas de nuestra vida de las debidas, la información es atomizada, confusa o directamente falsa, y cualquiera puede generar estulticia, banalidad e incluso odio a través de las redes sociales. Aprender, cultivarse, es lento, difícil, necesita entusiasmo y esto nace desde dentro de uno y si lo que utilizamos como elemento cultivador es lo que nos llega por las TIC y medios de comunicación lo que tendremos es un fajo de información basura entre la que puede haber informaciones válidas pero muy difíciles de seleccionar, porque la capacidad crítica se obtiene con mucho estudio y conocimiento.

La sociedad de hoy, que por otra parte ha conseguido que gocemos de un confort y medios beneficiosos para una feliz convivencia, fracasa por el modo en que somete a sus ciudadanos a la duda constante, a la desinformación, al bombardeo publicitario impulsor del consumismo, a la falta de estabilidad mínima laboral, emocional, informativa y a un futuro que cuestiona el estado de bienestar. Todo es fragilidad, lo que es así hoy, mañana ya veremos. Porque, en suma, en la actualidad se prima la cultura del tener postergando la del ser que es la que se mueve por contenidos, normas y el bien común. Saliendo de la alarma y el confinamiento sería necesario que todos sin excepción recordásemos todo esto para evitar caer en el caos.

Necesitamos paz, concordia y bienestar sin crispaciones y discordias.

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