Opinión

Paren el mundo

Que me quiero bajar!’ Es una frase bastante común que resume mi estado de ánimo cada día que despierto por la mañana pensando que estuve soñando, nuevamente una repetida pesadilla. Pero no es así. Es la realidad. Esto de la pandemia, estoy seguro de que comparto este sentimiento con los trillones de millones de seres humanos en el planeta que piensan lo mismo. Mi mujer, la gallega, tiene un poco de sentido común cuando dice cada mañana, ‘ahora a esperar a las ocho de la tarde para aplaudir con el resto de los vecinos la gran labor que hacen los que nos están protegiendo y dando de comer’. Entre otras cosas se sobreentiende. Y es verdad. Según las normas, todos los viejos y viejas tenemos que quedarnos en casa ahora y probablemente para siempre hasta que se levante la veda ya que somos los más vulnerables a caer víctimas mortales de esta porquería de bicho que pulula por la atmósfera que cubre el globo terráqueo. Cierro los ojos, llegado el momento de meterme en la cama, apagado el maldito televisor y después de haber visto la misma puta película cien veces, tomo la pastilla de dormir y una vez más soñar que esto no está ocurriendo.

Las imágenes de mi sueño siempre son las mismas. Después de preparar el desayuno, fuchicar en casa hasta media mañana, luego salgo a la calle y voy al quiosco a comprar el Atlántico, quizás más papel para mi impresora, cojo el Vitrasa al Paseo de Alfonso, tomar un cafelito y de ahí a caminar una hora vuelta a casa. Mediodía, un pequeño aperitivo en mi jamonería del barrio, almorzar, pequeña siesta y a escribir mi última novela. 

Por la tarde, es el fin de semana y si juega el Celta al boliche de turno, con la peña, a aplaudir los goles de Aspas. Esto de aplaudir también me recuerda el pasado cuando lo hacíamos en los teatros al final de una obra, a las bandas municipales que tocaban pasodobles en la calle, a las cabalgatas de los Reyes Magos, y para ‘algunos’ al aparecer ‘sin parar’ en los escenarios de todos los eventos musicales u otros nuestro Ilustrísimo Sr. Alcalde de la Ciudad, Presidente de la Federación de Municipios y amigo íntimo de la cúpula del actual gobierno de la nación. Pero ya no es así. Mirar por la ventana de nuestro hogar y ver a una ciudad sin actividad, tiendas cerradas, los que están permitidos salir y los que van a comprar los víveres de sobrevivencia diaria y naturalmente los que necesitamos medicinas para no morir en el intento. ¿Hasta cuándo nos preguntamos todos puede seguir este horror sin que perdamos la esperanza? 

Por lo menos los medios de comunicación nos informan todos los días de solidaridad ciudadana y casos concretos de personas que han luchado por su vida y han ganado la batalla y naturalmente las no tan gratas de las trágicas que, al analizar las estadísticas son pocas en comparación con la totalidad de la población de España. Luego pasamos a lo internacional y salta inmediatamente la misma historia, igual de trágica, pero con el matiz resumido en una pregunta. ¿Qué pasara el día de mañana cuando despertemos a un nuevo mundo sin la pandemia? La destrucción masiva, especialmente de la economía que conlleva empresas, industrias y naturalmente puestos de trabajo es quizás la preocupación masiva de la humanidad de mañana. Nosotros los viejos ya les daremos el ‘adiós’. ¿Pero nuestros hijos, nietos y bisnietos? ¿Qué será de ellos? Hasta esa fecha, volvamos a los balcones todos los días a las ocho en punto con aplausos y saludos a nuestros amigos y vecinos con el mensaje, ‘aún estamos vivos’.

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