Opinión

Golf en Galicia

Para no hurgar en los actuales horrores del COVID-19 o la crisis política que vive el país que para eso están otros colegas del periódico, decidí seguir con el tema de la semana pasada y que siempre me ha apasionado que es el del golf. Al haber nacido en Buenos Aires y con un padre golfista de toda la vida – fue internado en un colegio en St. Andrews, Escocia, la cuna del golf mundial – ya llevaba este deporte en la sangre. Cuando los ingleses construyeron las redes de ferrocarriles en la Argentina, al lado de una gran cantidad de las estaciones en los suburbios también construyeron algún que otro campo de golf. Cuando ya tenía unos 10 años, ya existían en la Capital Federal alrededor de 30 campos con famosos como Palermo, Ranelagh o Hurlingham. Este último era bastante exclusivo y consagrado como un Club de Campo anglosajón al norte de la ciudad. ¿Les suena lo de mi anterior nota? 

Nosotros vivíamos en Lomas de Zamora en el sur que conectaba con el Ferrocarril General Roca. Mi padre era socio del campo de ‘Links’ (ahora llamado ‘Unión Ferroviaria’) y todos los fines de semana, al acabar de jugar, cogía el rápido de La Plata para volver a casa sin antes pasar por el vagón especial de ‘bar’ para los ‘golfistas’. Sin embargo, no fue hasta cumplir los 13 años cuando mis padres dejaron la Argentina y se mudaron a Uruguay que pude aprender de adolescente en el actual campo de Montevideo conocido como Punta Carreta construido en 1922. Pero volvamos a Galicia. Desde que me marche a Inglaterra a estudiar telecomunicaciones en la escuela técnica del Cable Ingles, mi equipaje consistía en una maleta y una bolsa -de los de cuero- con mis palos de golf. Mi primer destino fue Vigo, en 1957. En esa época el golf simplemente no existía. Al estar en plena época de la dictadura, los agentes en la aduana eran los ‘grises’. Menos mal que ‘uno’ supo lo que eran estos ‘bastones’ raros con cabezas de hierro y otros de madera. Aun así, me hicieron vaciar el contenido incluido el resto de los ‘bolsillos’ de la bolsa que contenían unas bolas y unos pequeños chirimbolos llamados ‘tees’ que eran usados como soporte para apoyar una bola durante la ejecución del primer golpe inicial en cada hoyo. Estos últimos eran lo que más les interesaron. 

Ya establecido en las oficinas del Cable en el edificio de Correos y Telégrafos en la calle Reconquista, era natural que pregunte a los colegas gallegos si había un campo de golf. Habían oído hablar de este deporte y uno me dijo que, por ahora, cero patatero pero que, en el norte de Portugal, gracias al establecimiento de las bodegas de ‘Oporto’, el licor preferido de los ingleses, especialmente la Royal Navy, el sitio más cercano para practicar el golf era pues, cruzando el Río Miño y jugando en uno de los ya construidos en el país de nuestros primos-hermanos, o sea los portugueses. El mas famoso es el de Oporto (Espinho) y es uno de los campos mas antiguos de Europa. Una leyenda cuenta de que durante la II Guerra Mundial, cuando el Reino Unido estaba solo ‘ante el peligro’ (1940-1942) y la mayoría de los campos de golf fueron requisados por el gobierno para el cultivo de patatas este campo portugués sumó al Reino Unido a su lista. O sea, toda Europa. Pero vuelvo al inicio. Esta Cidade Fermosa, que dentro de poco se llenará de carriles bici perderá su único campo de golf si muere el Aero Club. Una pena.

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