Opinión

Faltan seis semanas

Hace poco fui invitado amablemente por el periódico ‘La Región’ de Ourense a asistir como conferenciante en uno de sus foros semanales sobre el Brexit y sus consecuencias. Después de una entrevista este periódico publicó un pequeño resumen de mi disertación.  Sin entrar en la situación actual del horror y la catástrofe de COVID-19 conviene recordar que dentro de menos de dos meses el Reino Unido, si no hay acuerdo, cerrara las puertas a Europa y viceversa. Durante la campaña del referéndum, la actriz Emma Thompson describió Inglaterra como ‘una isla diminuta, encapotada, miserable y gris en un rincón lluvioso de Europa’. Hace un par de años, el exministro de exteriores danés, Kristian Jensen dijo que hay dos tipos de naciones europeas. Los pequeños y los que todavía no se han dado cuenta de que son eso, pequeños. ¿A qué país se refería? Vayamos al grano; el 1 de enero del 2021 y dónde comenzará inmediatamente la primera cláusula del divorcio. El puerto de Dover. Este puerto es como una gigantesca arca de Noé, con once carriles de vehículos que entran y salen de los barcos, y las oficinas de navieras alemanas, búlgaras, holandeses, letonas, con gaviotas por todas partes. Pasan más de diez mil camiones al día, muchos de ellos cargados de limones, naranjas, generadores, diésel, ropa, vino, aluminio, sepia y pulpos recién pescados, medicinas, semiconductores… Se trata de unos 20% de todo el comercio del Reino Unido, por valor de billones de euros anuales. 

Las frutas, verduras y otros productos perecederos se tienen que procesar sin demoras, en caso contrario, los estantes de los supermercados de todo el país se quedarían vacíos. Y lo mismo ocurriría con las piezas de automóvil, o las cadenas de producción de las fabricas que se detendrían, porque solo almacenan recambios para seguir funcionando 36 horas sin recibir suministros. Se estima que si cada camión es detenido solo dos minutos en la aduana se formara un atasco de veinte kilómetros en las carreteras que unen Dover con Londres y similar en el lado francés. Si los controles son de 45 minutos por vehículo – como es a veces el caso con el tráfico no comunitario – toda la red de comunicaciones viarias de Inglaterra quedaría colapsada y el efecto se extendería a Rotterdam y los puertos belgas. La inspección de cada camión crearía atascos de 20 kilómetros en la autopista a Londres. Hay más. El comercio sin fricciones que existe desde la creación del mercado único y la unión aduanera ha malacostumbrado a los británicos, que no saben cómo hacer para conservar sus beneficios sin pagar el precio que significa, como la libertad del movimiento de trabajadores. Según los últimos informes del gobierno británico, hace un par de meses acordaron, por fin, seleccionar unas 29 zonas en distintas partes del país para construir – esperen – más zonas de aparcamiento con oficinas administrativas para adelantar el papeleo necesario para cruzar a Francia. ¿Se dan cuenta lo que significa este proyecto solamente en el asunto del urbanismo? Una de las organizaciones de logística se ha puesto en contacto con el Gobierno solicitando una reunión urgente con el equivalente al Ministro de Economía por el temor de que las fronteras del Reino Unido no están preparadas para afrontar la situación inminente. 

O sea. ¡Caos! Volvamos por un momento a este país. El otro día entre en una agencia de viajes, que por cierto están, como otros, al borde de la ruina y le pregunte si habían recibido notificación de las autoridades, o quien sea, para viajar a Inglaterra el año que viene. Respuesta. ¡Cero patatero!

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