Opinión

Surfeiros

De pequeño solía ir a la playa con el único objetivo de meterme en el agua y no salir de ahí en horas. Daba igual la temperatura, daba igual el viento, daba igual la playa. Me gustaba estar ahí, unos días quieto otros nadando en un torpe intento de dar un pasito atrás en la evolución. Me volvía acuático y no tocaba tierra hasta parecer más pasa sultana que niño. Más carlino que humano. 

Poco a poco, con los años descubrí otros placeres acuáticos como el buceo, primero con tubito y gafas, más adelante con bombona, traje de neopreno imposible y tembleque de la ría. Eso sí que es morriña. Quién me iba a decir que ahora lo más cercano a descubrir bancos ocultos de centollas y peces extraños sería encontrar un hueco tranquilo para poner la toalla en una piscina madrileña. Sí, golpe duro de asumir. 

Si me remonto a ese momento mágico para cualquier niño, en el que algún adulto pretende proyectar nuestro futuro, lo que yo quería ser de mayor no era ni astrónomo, ni trabajar en la radio, ni ser director de cine. Lo que yo quería era ser surfeiro.

Siempre me ha llamado la atención esa gente que sin quererlo ni beberlo, casi como por arte de magia se sube a una vida relajada, en la que parece que regalan una furgoneta Volkswagen y un traje de neopreno. Unos con más aroma pijolas, otros más terrenales, la clase surfeira no se prodiga mucho por el Sur más allá de Patos. En este caso Ferrolterra gana por goleada. Ahí los auténticos nachos van a otro ritmo vital de admiración. 

La pachorra, la jerga, esos pelos largos teñidos al límite por la gracia del sol y la salitre. Un surfeiro podría ir a California, a Hawaii, sí; pero seguirá siendo un surfeiro. Un jicho reconocible allá por donde vaya. Tengo la teoría de que sus poderes mágicos les permiten quedarse a vivir en la edad que ellos elijan, no pasa nada, tan solo has de seguir el código surfeiro que aceptaron una noche de verano para obtener lo que ellos desean. 

Creo que ya es tarde pero no haría ascos a una vida así. Soy uno de esos que lo intentó malamente de adolescente a través del corcho y que ahora quizás tiene como referente a Mitch Buchannon, pero ya más en la época de jubilado comiendo hamburguesas en el suelo que cuando daba largas carreras en la playa junto a Pamela. 

Siempre está bien revisitar lo que somos y lo que queríamos ser. En su momento pude elegir, estar cómodo y sentirme yo mismo con cada elección. No todos, no todas tenemos esa suerte. Atravesando diferentes épocas adolescentes y no tan adolescentes, el camino del surfeiro fallido pasa por romperse los vaqueros y dejarse el pelo largo para dar un paseo por Urzaiz a coquetear con el hipismo en una etapa confusa en la que vivía en Barcelona. Resultó que me gustaba más no caminar descalzo por el Raval y tener trabajo con el que pagar un alquiler y la electricidad pinchada que amablemente nos cobraba el casero. Mira tú que manías.  Yo queria ser surfeiro pero, como siempre, aún no lo sabía.

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