Opinión

Sobre la bocina

Soy de esa gente que deja las cosas para el final. Gentuza, vamos.  No es que las haga tarde y mal, no. Lo mío es sobre la bocina pero con un buen acabado. 

Un fenómeno que se ha ido formando a lo largo de los años, sin querer, nada premeditado. Y aunque sí necesito organizar con tiempo mis pensamientos-tareas-planes, los ejecuto con la agilidad de un ninja que se olvida el traje y la katana dentro de la lavadora. 

La relatividad temporal del concepto ‘al límite’ es amplia y varía según el lado en el que estemos. No es lo mismo que el Celta se haya salvado in extremis hace un año, a que este haya estado ‘a un pelo’ de jugar la nueva copa Erasmus esa de la UEFA. A un pelo… El tema capilar lo dejamos para otro domingo, por favor os lo pido. 

Muchos encontramos cierto placer en dejar que sucedan las cosas y esto nos lleva a apurar. No es una actitud pasiva; es simplemente una estrategia. Un escudo para pesimistas. Citando a uno de los grandes filósofos americanos del Siglo XX, Homer Simpson, ’intentar hacer algo es el primer paso hacia el fracaso’. Quizás sea demasiado, sí, pero hay mucho en juego a la hora de dejarse llevar -nada que ver con dejarse ir- sorpresa, miedo, alegría, euforia… Emocionarse, vaya.  

¡Amigo! El problema es que ninguno vimos venir lo que sucede ahora. La pandemia, los aforos y la libertad condicional que vivimos nos han llevado a un estado de planificación extrema. La peor pesadilla posible; organización obligada. El Caos. 

Tanto en Madrid como en Vigo podíamos dejarnos caer e improvisar mejor que en una jam session del Xan Carajazz. Una de las cosas que pueden seducir de Madrid es precisamente ese continuo flujo de posibilidades, incluso para gente con graves deficiencias espacio-temporales. -¿Te has olvidado de comer y son las 6 de la tarde?

Aquí tienes. -¿No has podido hacer la compra y son las 5 de la mañana? 

-Avanti tutti. Pero ya no… Ya no.

Hace unos días, aprovechando el levantamiento perimetral, hubo visita familiar desde Vigo. No miento si afirmo que 10 días antes de su llegada ya teníamos todo más reservado y planeado que el plan España 2050. Entradas compradas, mesas con reservas forjadas a fuego, taxis… No hay lugar a la improvisación. La famosa libertad termina cuando llegas 10 minutos tarde a la mesa que has reservado en una app para comerte una croqueta. No esta vez, Madrid, no esta vez. 

Con todo esto, hay una variante de jugar al límite que a todos nos gusta: apurar hasta el final por capricho, por adrenalina, porque sí. ¡Cuánto vicio! Apurar ese helado de pistacho de Capri antes de terminar Príncipe; forzar ese último baño en la playa de Canido antes de volver a casa… 

Así se empieza y mira cómo nos va. La vida siempre sobre la bocina 

Te puede interesar