Opinión

Llévame a Casa

Decía Xela Arias que ‘a poesía é un hábito’. En su caso, bendito y próspero. Ahora que queda más de una semana, no hace falta que llegue el 17 de mayo para mimarnos un poco la lírica y airearnos las ideas. Por la ciudad, a veces, intuyo gente que hace un uso desagradable y bochernoso de esta llamada a la acción poética. Pero es en Madrid donde literatos y otros sinvergüenzas se dan cita para escribir y hacer más cosas que los catalanes -M.Rajoy dixit-.

Hace no mucho, con Carmena, se pintaron pareados y frases pretenciosas en los pasos de peatón; de esas que da igual que rimen o no rimen porque seguirían siendo conceptos escalofriantes. A veces, cuando me encuentro con uno de estos fenómenos asfálticos, me entran ganas de cruzar la M-30 sin mirar, antes de que alguna de esas ideas se agarre a lo más profundo de mi alma y, que sé yo, quiera tatuarme una frase de Marwan en el cuello.

Y aunque tengo estos miedos, tampoco puedo hacer caso omiso a la rabia que da la gente que usa frases y palabras cuyo significado desconoce. Esto pasa más de lo que creemos. Sí, sí, también cuando no estamos en campaña electoral en Madrid, en Galicia o incluso en Vigo. Tremendo. Hay días que si pones la oreja, puedes escuchar la expresión ‘justicia poética’ En cualquier situación, en cualquier momento. ‘Justicia poética’ como equivalente a echarle crema de vinagre balsámico a todo: maldiciones gramaticales y culinarias. Esas frases con las que a la gente, esta semana, se le hincha la boca igual que cuando toman cañas y tapas en una terraza del barrio de Salamanca. Freedom to the people de carallo.

No continúo con el empacho. La poesía y la literatura galegas tienen una relación tan provechosa con Madrid que habría que hacérselo mirar. El otro día había un cartel por la zona de Embajadores en el que aparecía Emilia Pardo Bazán afirmando que “Madrid es audaz, jaranero y curioso”. Aunque coincido, lo curioso es hablar de esto ahora. Cuando a este caldo de cultivo cultural y social igual le hace falta un poco más de berza y unto. También si hablamos del Olimpo, hace poco me enteré de que Rosalía de Castro vivía en la calle Barco, en Malasaña. Se me vienen un sinfín de imágenes divertidas y muchas más preguntas sobre los pensamientos que habría tenido Rosalía al pasar, por ejemplo, por delante de una tienda donde la gente hace 1 hora de cola para un helado con forma de pez. ¿Cuántos reales pagaría Rosalía por un coqueto apartamento interior de 24 metros cuadrados?

Y siguiendo ese hábito de Arias, hoy que termina el estado alarmado en el que vivimos pienso en lo bonito que será ir a esa frontera y rimar ‘menos mal que nos queda Portugal’ o a entonar algún canto de amor a los Maios. Pero ya está, llévame a casa pronto que quiero ver el mar.

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