Opinión

gordi

Ya está bien. Basta. Llegó la hora. Estas fueron las sensaciones previas a apuntarme, otra vez, al gimnasio. Solo que esta vez lo había hecho en Madrid, ilusionado, nervioso, incluso cegado por el potencial de tan famosa agua de grifo con Denominación de Origen. Me convencí de que tal brebaje mejoraría mi rendimiento atlético más que un licor café en el Ovo. 

Dejemos de evitarlo y asumamos lo que está pasando últimamente: nos estamos poniendo gordis. Busquemos la explicación que queramos, porque no hay manera. No hay subidas ni bajadas al Galiñeiro que ayuden a mantenernos en un punto magro. No hay ayunos intermitentes suficientes para obrar el milagro estando en casa… Por no haber, no hay motivación ni reclamo para los solteros que vagan confusos por los parques con la mirada fija en su app de ligoteo, como si estuvieran buscando a su amor entre la multitud del centro comercial Vialia. 
El otro día hablando con un coruñés, también residente en Madrid, le conté las bondades de las empanadillas que se sirven en la cantina del campo de fútbol del Coruxo en O Vao. El combo perfecto, deporte y empanadillas caseras -que recomiendo prueben en cuanto sea posible- unidos de la mano. Sin miedo. 

Igual que los  ciclistas dominicales que nadan en jarras de cerveza y pinchos imposibles cuando vuelven de sus aventuras por la Senda del Agua. En estos días y desde donde uno escribe, es imposible imaginar algo más bello que esa sensación que parece arrebatada como la de la pachanga futbolera en la arena de Samil en invierno. Por quitarnos actividad bella y viguesa, parece que hasta nos han quitado el placer terrible de subir algunas cuestas. “Que será de los famosos traseros vigueses con tantas rampas mecánicas” leía el otro día en Twitter.

Fue un lunes. Mal día para empezar lo que sea. Llegué al gimnasio con más precauciones y dificultades de lo que la propia actividad normal conlleva pero muy bien equipado: mascarilla, 2 toallas, gel hidroalcólico, 3 kilos extra. La experiencia la defino entre extenuante y guantanamera.  Me cuesta describir, sin onomatopeyas, lo que sucede cuando uno suda, jadea y la mascarilla sigue ahí. Pero hay que ser fuertes. Hay que intentarlo -me digo-. Incluso bebo agua. La del grifo. ¡La de Madrid! Pero sin victoria.  

Vuelvo a casa defraudado y compruebo en el calendario que por estas fechas deberíamos estar sentados frente a un buen cocido o un lacón en casiña o en Allariz. 

El sentimiento de culpa desaparece. Busco en Google: Madrid Cocido Gallego A Domicilio. ¡Bo proveito!

Te puede interesar