Opinión

La pregunta, hoy, por la esencia del Cristianismo

No resulta fácil describir sintéticamente la situación cultural y eclesial en la que, en la actualidad, nos podemos interrogar acerca de la esencia del cristianismo. Vivimos en una sociedad caracterizada por la desconfianza posmoderna hacia la verdad, por el relativismo, y por la tendencia a convertir el deseo en criterio supremo de discernimiento. 
Como leemos en un documento de la Conferencia Episcopal Española: “Ahora, en su tramo final, la modernidad no solo prescinde de la gracia, sino que pretende devaluar la naturaleza. Como resultado, la persona, reducida a individuo autosuficiente e independiente, se construye a sí misma siguiendo la ley del deseo, en permanente ejercicio de autodeterminación, también sobre el propio cuerpo”. En este sentido, la llamada “ideología de género” es, en definitiva, “la voluntad de construir una antropología del deseo, sobre todo en su dimensión sexual”.
El repliegue hacia el relativismo favorece la imposición intolerante de las ideologías amparadas por el poder: El pensamiento moderno no quiere ya reconocer la verdad del ser, sino que quiere adquirir poder sobre el ser. Quiere reformar el mundo según las propias necesidades y deseos. Con esta orientación no a la verdad sino al poder se toca sin duda el verdadero problema del tiempo presente. El derecho a decidir y el deseo-sentimiento adquieren, advierte la Conferencia Episcopal Española, “categoría jurídica al servicio de la construcción de un nuevo modelo social, para lo que es preciso «deconstruir» lo esencial del sistema vigente”. Se extiende por el mundo una legislación contraria a la razón, a la naturaleza y a la vida, “que desde poderosos organismos financieros globales se imponen a los gobiernos”.
En el plano religioso, la secularización convive con una pluralidad de ofertas religiosas y espirituales que son consideradas por muchos como equivalentes. La secularización cuestiona la credibilidad de la propuesta cristiana. La pluralidad de propuestas religiosas es un motivo añadido para delimitar lo propiamente cristiano.
La vida eclesial se encuentra determinada por dos factores decisivos: la prioridad de la evangelización y, en conexión con ella, la apuesta por la sinodalidad como vía por la que ha de caminar la Iglesia. El papa Francisco apunta en Evangelium gaudium 11 la relación que existe entre el anuncio del Evangelio y su contenido esencial: “Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado […] Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva»”.
El Santo Padre contextualiza la pregunta por la esencia del cristianismo en el anuncio kerigmático como transmisión existencial de un encuentro con Jesucristo vivo que interpela personalmente a quien escucha con el corazón. 

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