Opinión

El término “sanchismo” no lo inventó la derecha, salió del PSOE

En estos días de campaña electoral son muchos los reproches que se hacen a quienes han empleado en sus discursos o en sus crónicas la expresión “sanchismo” para referirse de modo global al estilo de gobierno del doctor Pedro Sánchez, considerando que un burdo e inútil modo de descalificarlo por parte de la derecha y sus epígonos. ¡Curioso lapsus donde los haya! Porque resulta que ese término no lo inventó el PP, sino que surgió de modo natural dentro del propio PSOE, en aquellos días en que se disputaba la dirección del partido y Susana Díaz sentenciaba “El problema eres tú. Pedro”. Cierto que luego esta palabra se usa en sentido malévolamente hipocorística, tanto por los que discrepan del modo en que Sánchez lleva primero el partido y luego el país y que por parte de sus discrepantes aquél enrola hasta a ex ministros y diversos dirigentes y altos cargos. Repongamos, pues, con equidad, las palabras en su origen. Fue en el debate entre las opciones de Madina y las de Sánchez por el control del partido cuando empezó a rodar el término para agrupar a los partidarios del segundo. Y fue luego Albert Rivera, de Ciudadanos, el que se apropió del término que finalmente recala en el PP.
Más allá del origen y la etimología, siempre dentro del propio PSOE, los sectores “no sanchistas” consideran a Sánchez un aventado alumno o seguidor de la escuela de José Luis Rodríguez Zapatero por haber profundizado en las líneas maestras de aquél. Quizá se recuerde cuando el citado dijera en el Senado que “el concepto de nación es discutible y discutido”. Claro que antes de desdecirse dijo aquello de que aceptaría el Estatut que le enviara el Parlament de Cataluña, y lo hizo, quizá porque no leyera del todo que estaba aceptando que, según aquella Constitución catalana, su Gobierno no podría ejercer sus competencias ordinarias y comunes para todo el país en Cataluña, aunque no figuraran entre las cedidas a la comunidad. Recientemente, el ministro de la Presidencia, Bolaños, tuvo un delicioso despiste al afirmar que los catalanes tienen un Estatut que no votaron, pero acierta, aquel asunto que arreglaron Zapatero y Pascual Maragall, no acudió a votarlo ni el cincuenta por ciento del electorado. Pero donde más brillara la estrella de Zapatero fue en Economía, cuando dijo que España estaba en la “Champion Leage” de la Economía, poco antes de tener que reducir el cinco por cinco el salario de todos los funcionarios públicos para salvar la quiebra y dejar al Estado al borde del rescate.
¿Por qué citamos aquí la escuela de Zapatero? Pues, porque si en su momento no hubiera retirado del Código Penal la consideración como delito de la convocatoria ilegal de referendos, quizá no se hubieran producido acontecimientos posteriores o sus remedios o consecuencias en el caso de la comunidad catalana. Y en ese sentido, lo que luego hizo Sánchez, al suprimir el delito de sedición (aunque primero dijera que lo de Cataluña lo fuera de “rebelión”) y rebajar el de malversación y los indultos, es una perfecta secuencia continuadora de su predecesor y en cierto sentido maestro superado. Hay otros ámbitos donde todavía Sánchez supera a Zapatero. Si Stanley Payne consideró la llamada “Ley de la Memoria Histórica”, el actual presidente también lo supera con la Ley de la “Memoria Democrática” a la que dedica un libro el prestigioso catedrático de Derecho Alejandro Nieto (“Entre la Segunda y la Tercera República”, Comares editorial, Granada, 2022), donde analiza el sectarismo ideológico, impulso irreflexivo, falta de rigor y de perspectiva histórica de conjunto, con que de modo tan grave se enfoca la citada ley.
Al margen de antecedentes e interpretaciones del sentido de la palabra, que bien puede interpretarse de modo elogioso o deleznable, el “sanchismo” posee sus propios perfiles, como un modo de hacer política sin ataduras ni limitaciones a la hora de alcanzar sus objetivos. La expresión puede incorporarse al diccionario de la política como se quiera. Para unos, sinónimo de efectividad; para otros, expresión de cinismo y amoralidad. En abstracto no sería nada nuevo: otros políticos lo han hecho desde todas las orillas. Pero en el caso de Sánchez tiene un componente de que antes de hacer lo que se hace se dice que nunca se haría, por principios, compromisos o barreras rojas, lo que incluye severas calificaciones para quienes luego serán sus consocios. También es cierto que ha tenido aciertos y medidas adecuadas en su Gobierno, pero es evidente que, como dijera su compañera Susana Díaz, Sánchez y el “sanchismo” son en sí mismo un problema y, como se vio en las recientes elecciones municipales y autonómicas, amplios sectores del electorado, y no sólo en la derecha, tienen la misma percepción. De ahí que ese rechazo se reflejara en las urnas. Como es un hecho que muchos esperan que, en un plazo razonable, el “sanchismo” sea una etapa superada para recuperar el PSOE.

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