Opinión

Mi recuerdo de Carlos Mantilla

Hay momentos en la vida en los que te quedas sin palabras delante del ordenador y no sabes por dónde empezar a escribir, como en este caso, cuando te sorprende la muerte de un querido amigo y una excelente persona. Por eso, lo más conveniente en estos casos para ordenar las palabras es dejar que hable el corazón. Eso haré.
Mantuve con Carlos Mantilla una vieja y arraigada amistad, que empezaba en el propio recuerdo de su propia vida de niño en su lucense pueblo de Sober, y el agradecimiento de su madre hacia mi abuelo ferroviario en aquellos tiempos de la posguerra en que los españoles se ayudaban a sobrevivir unos a otros. Supo Mantilla desde niño ayudar a su familia a salir adelante en tiempos nada fáciles para todos.
Brillante como profesional, Mantilla era un hombre sencillo, de esos que se construyen a sí mismos desde la base a la cima, pero sin olvidar sus orígenes ni perder sus perfiles. Hubiera sido un excelente alcalde de Vigo, pero se conformó con ser un buen concejal y un buen diputado, librando no sólo las batallas del consistorio sino las de su propio partido.
Profesionalmente, Mantilla fue un hombre de éxito, economista de profesión, fue profesor de la Universidad de Vigo, cuyos alumnos lo recuerdan con gran afecto, y tenía un despacho profesional de gran prestigio. Estimado por sus compañeros era presidente del Colegio de Economistas. En política su carrera pasó por todos los estadios, desde concejal en el Ayuntamiento de Vigo, vicepresidente de la Diputación, diputado y senador. Era una autoridad en temas concursales (y en ese sentido tuvo importantes responsabilidades en empresas en dificultades), y por sus conocimientos fue ponente de la Ley Concursal.
Era muy amigo y próximo a Mariano Rajoy y recuerdo que me contó divertidas peripecias de aquellos tiempos en que ambos coincidieron en Madrid. Nos tratamos mucho en dos frentes: en mi etapa como cronista municipal en la edición para Vigo de “La Voz de Galicia” y posteriormente en las reuniones de los lucenses en Vigo, a las que nunca faltaba. No hay edad para morir, y menos en este caso. Por eso, cuando llega la muerte a una edad en que la estadística augura todavía larga vida es más doloroso para su familia y sus amigos.
Recuerdo ahora mis propias crónicas de sus intervenciones como concejal, siempre precisas, en aquella agitada corporación que presidía Manuel Soto. Desde hace tiempo tenía pendiente por mi parte entregarle una colección de fotos de sus tiempos de concejal, que yo había seleccionado, gracias a la generosidad de mis compañeros gráficos, que ahora entregaré a su familia.
Carlos Mantilla es de esas personas que echaremos de menos, y no sólo quienes fuimos sus amigos. Siempre que nos veíamos sosteníamos una larga y diversa conversación, pues compartíamos no pocas aficiones. Que la Tierra le sea leve.

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