Opinión

¿A quién votar cuando no se tiene a quién votar?

Muchos electores, en todas las campañas electorales –y a veces son frecuentemente quienes resuelven o inclinan los resultados—se encuentran ante el dilema de no saber a quién votar. Ningún partido los atrae o convence, ya por su programa, ideología o por quienes lo representan; pero quieren votar. Hace años, aquel gran periodista y escritor que fue Indro Montanelli, inventó un método para su aplicación en el complejo mundo italiano; pero dadas las similitudes, creo que valdría para España. Es muy sencillo: Se elabora un listado de varias columnas, colocando las siglas de los partidos arriba. Debajo de cada columna se escriben los motivos por los que no se elegiría esa opción. Al final se vota al que tenga menos motivos en contra. Es muy ingenioso.
En la medida que se acerca la traca final esto promete. Dice Thomson que cuando la campaña electoral se aproxima a la meta, las boutades, exageraciones y promesas irrealizables de los candidatos se incrementan en sentido inversamente proporcional a los días que quedan para los comicios. Algunos candidatos, en su afán de transmitir a los electores confianza, se prendan de sus propias fantasías, hasta creérselas. Entran en una especie de catarsis de modo que, con enorme convicción, dicen cosas que serenamente, en otras circunstancias no se atreverían a decir.
Estos días se repiten expresiones como eso de la "mayoría plural". Me recuerda aquella cosa que se inventó el ex vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, quien americanizó el hermoso nombre griego que le cediera su padre (Agnanestopulus), pero esta es otra historia. El tal Spiro se invetó lo de "mayoría silenciosa"; es decir, esa mayoría que no se manifiesta a través de la opinión pública expresada era, para él, la confirmación de que, con su silencio, apoyaban su política. Unos y otros muestran salmodia de predicadores de ejercicios espirituales de posguerra. Repite las ideas, las remacha, las pule con un soniquete casi eclesial. A mí me recuerda un cura. Es pura escatología: el bien contra el mal, el progreso frente al retroceso.
Las dos palabras que más se han usado estos días son, respectivamente “progresista” como valor positivo y “fascista”, como armario global de todo lo contrario. Eso de reclamarse progresista sin más, tiene connotaciones de antiguo. La palabra la incorporó al ruedo de la política nacional un tal Salustiano Olázaga allá por el siglo XIX. Era este caballero, hombre audaz y temerario, quiso elevar a la categoría de madre a aquella iluminada de la corte de Isabel II que se llamó la "Monja de las Llagas" o Sor Patrocinio. O sea, que miren que es antiguo eso de decirse progresista. El rijoso del Salustiano andaba encandilado por la Patro. Y ésta, nada que nada, empeñada en que se le apareciesen en las manos los estigmas de nuestro Señor. Pero me estoy yendo del tema. ¡Ah, sí!, que cuando escucho a uno de estos jóvenes de nuestros días proclamarse progresista me acuerdo de la monja de las llagas, de su enamorado y del siglo XIX y caigo en la cuenta de que el mundo es un sitio muy viejo y que tiene gracia que los modernos de ahora se reclamen de una cosa de hace dos siglos.
Ya se sabe que las palabras en política cambian de significado, según de la boca que salgan. Por eso me parece que, en estas horas de dudas y confusiones, Indro Montanelli, sin duda uno de los mejores periodistas y observadores de la realidad de nuestro tiempo, nos sigue ofreciendo un método realmente eficiente cuando, como ocurre a tantos electores, no saben a quién votar. Además, decía aquel maestro, “aunque a veces haya que hacerlo tapándose la nariz”.

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