Opinión

El Gobierno que dicen que nos viene

Suponiendo que los números den posibilidades a la investidura de Pedro Sánchez para que forme un Gobierno de coalición con Unidas Podemos (y eso lo veremos en las próximas horas: la clave está en Esquerra Republicana de Catalunya), han comenzado ya los bailes de quinielas de 'ministrables'. La rumorología no cesa en los cenáculos y mentideros de la Villa y Corte, repleta de políticos aburridos a la espera de acontecimientos. Y de ver 'qué hay de lo suyo'. Sin ánimo de hacerme portavoz de especulaciones e hipótesis, que se aventan con intenciones más o menos interesadas, sí me gustaría aportar un par de claves sobre lo que ha quedado demostrado que habría que evitar en el nuevo Gobierno, que sería el primero de coalición en la España democrática tras el franquismo.
En primer lugar, la previsible coexistencia de tres vicepresidencias, una netamente política (la de Pablo Iglesias, que se dedicará a potenciar la figura del propio Iglesias), otra 'técnica' (Nadia Calviño, cuyas tesis moderadas en lo económico disgustan a Podemos) y una tercera 'funcional', ejercida por Carmen Calvo, se presenta complicada. Parece indudable que, salvo que Pedro Sánchez sepa y pueda ordenar, templar y mandar, se producirá una lucha entre los tres que aspiran a ser 'el dos' del Ejecutivo. Seguro que Sánchez, atrapado en sus promesas, lo sabe.
El segundo tema importante es la portavocía. He escuchado no pocas críticas dirigidas a la actuación de la señora Celáa en este terreno, máxime cuando ha acumulado las funciones clave de la portavocía -donde ha tenido que desmentirse y tratar de hacer verosímil lo que no lo era en no pocas ocasiones- con el Ministerio de Educación. Ese error no puede volver a cometerse: hay muchos personajes relevantes que podrían ejercer una u otra función, pero no ambas a la vez.
Separar la educación de la cartera de universidades tampoco parece haber sido una buena idea, y menos ahora que Podemos aspira a mandar en el mundo universitario, además de en el sanitario y en el laboral. Es lógico un Ministerio de tecnología, ciencia e investigación, pero no englobado en el de Universidades. De la misma manera que la sanidad debería compartimentarse algo en una cartera, hoy inexistente, dedicada a la ordenación autonómica (no enfocada solamente a Cataluña, pero también: hay que buscar nombres catalanes de prestigio para entrar en el Ejecutivo). Y de la cartera de Trabajo habría que desgajar la Seguridad Social, para no entregar tan magno paquete de facultades a un Podemos cuyas capacidades técnicas en la materia hoy se ignoran, al margen de la aprensión que el partido 'morado' suscita en la patronal y en el mundo empresarial y bancario.
La cartera de Exteriores tiene, lógico, muchos 'novios' aspirantes a su mano. En el actual Gobierno, una vez que Borrell lo abandone, hay buenos candidatos, como el titular de Agricultura, Luis Planas, que es uno de los nombres que 'suenan' como posible jefe de la diplomacia española.
Los demás ministerios se mueven aún en el terreno de la incógnita casi total; será importante el papel que desempeñe el ministro o ministra de Hacienda, hoy en las buenas manos de la señora Montero, que tendrá que afrontar una reforma fiscal. No ocurre lo mismo con la cartera de Justicia, que exige, lisa y llanamente, otro/a titular.
Qué quiere que le diga: a mí me hubiera gustado más un Gobierno representativo también de otras adscripciones ideológicas, que, presidido por quien ganó las elecciones, cuente sin embargo con gentes cercanas a los partidos Popular y a Ciudadanos, que tienda la mano a la negociación con Cataluña, a una progresiva reforma de la Administración y a la prioridad de elaborar una nueva normativa electoral, así como a un 'parcheo' urgente de la Constitución, Nada de esto he oído por parte de los promotores de la coalición 'progresista'. Y, si el Gobierno no se plantea una actuación para todos, encallándose en ese término, 'progresismo', para ejercer de una manera sectaria, ese Gobierno durará poco. Quizá, pienso, eso sería para bien.

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