Opinión

En algún momento, Claudio fue Martín

El guitarreo atrona en el coche de Martín cuando sube a entrenar. Hace ya unos años que dejó el pueblo, se instaló en la ciudad y empezó a soñar su sueño. A su cargo, un puñado de niños. En los próximos años, muchos dejarán el fútbol. Otros lo harán por estudios o trabajo; o cuando se cansen de ser suplentes; o cuando una lesión les corte las alas. De los que queden, alguno llegará a Tercera con suerte. Qué más da. Martín trabaja para que todos sean buena gente. Lo demás es accesorio.

Juntos, pintan sobre el verde la ilusión etérea de la niñez. Les educa para que entiendad que controlar con el pie alejado es importante, pero dejar el vestuario igual que lo encontraron lo es más. Martín enseña. Martín aprende. Martín disfruta de cada tarea, de cada entrenamiento, de cada partido. Martín se involucra al máximo, lidia con padres y madres, pierde tiempo de estar con su pareja y días de ir al pueblo a ver a su familia. No le importa. A Martín no se le borra la sonrisa cuando baja del campo, cansado, deseando saborear la comodidad de su sofá. Ama lo que hace, pero no se conforma. Como la cabeza de sus pequeños, la de Martín también vuela hacia un futuro sentado en un banquillo de Primera División.

Hay miles de Martines en el fútbol. Indispensables. A ellos también los va a representar Claudio en el primer equipo del Celta. Porque, no hace tanto, él también tuvo en sus manos a los futbolistas y a las personas del mañana. Él también educó a niños, escuchó a chavales, domó a adolescentes. Él también dio ese primer paso de un incierto ascenso hacia la cima. Él también soñó un sueño que ahora cumple. No sabemos si Martín será Claudio en algún momento. Lo seguro es que, en algún momento, Claudio fue Martín.

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