Opinión

En el alba de una escritora feliz

Érase una vez un cuento que se convirtió en realidad. Un sueño que emanó cual genio de una lámpara maravillosa para regalarnos una de esas historias que podrían circunscribirse al realismo mágico de Cunqueiro o de García Márquez, inscribirse en las historias de El Principito, ayudarnos a traspasar el espejo con Alicia, o en lo más próximo y sencillo, emanar de la narración de una abuela gallega, improvisada al calor de una lareira en pleno invierno, mientras la nieve hace blanco sobre el verde y surge un arco iris en un horizonte de palabras tiernas, tras una lluvia inesperada de hallazgos que no dejan de ser los indicios de pan de Pulgarcito en busca de una Cenicienta.

Esta vez, por arte de birlibirloque, el encantamiento se produjo en lo que fue la cárcel de Redondela, convertida en Casa de la Cultura, escenario prodigioso de un hecho real: una joven de 22 años tuvo ocasión de presentar su primer libro: “Olivia y el pato Lolo”, culminación primera de una vida de amor por las palabras, de dedicación esforzada y ejemplar, de superación de muchas cosas muy íntimas pero muy reales, de una predisposición que solo una criatura llena de amor y de los desentendimientos propios de estos tiempos convulsos, ha podido convertirse, gracias a algún hada madrina, en una joven princesa de las letras.

Así conocí a Alba Espiño Rodríguez, así pude intuirla en una tarde de primavera, en el que dijo ser el día más feliz de su vida. Se denotó en su sonrisa del tamaño del mundo, en el afecto de sus amigas y vecinos, en el cariño de su abuela y familiares, en un simbólico ramo de flores, en la admiración de cuantos fuimos testigos de ese amanecer, implícito en su nombre, en las palabras de su editora, en la presentación de David, en el afecto de Digna Rivas, en la emoción de todos, en cuanto leímos con delectación infantil su historia impresa, en las páginas aparentemente sencillas para niños ilustradas por Wanda Igartua y publicadas por la Editorial Seleer.

En la contratapa del libro se dice sobre la joven autora: “Apasionada de la escritura, sueña con publicar sus historias, aquellas en las que plasma lo que su imaginación le hace soñar.” La vida te da sorpresas agradables. Al menos, ayer a mí, y a Locha Molinos, y a Lola Puime, y a Ali, nos la dio, en un acto ya inolvidable, en un salón lleno de verdad y de personas sensibles, jóvenes y adultas, en una ceremonia que terminó con abrazos de ternura tras experimentar Alba, que realiza un ciclo formativo de Actividades Comerciales, su amanecer a las letras. Y es que su tesón y esfuerzo, su imaginación y confianza, evidenciando los apoyos sinceros, como si de un cuento se tratase, uno puede acabar por comer perdices ideales o viajar en una atracción de feria con Olivia y el pato Lolo, inventar un país en el que las familias contribuyan todavía a la felicidad de los infantes, de los jóvenes. Puede lograrse creando una red de afectos y ternuras, de entendimientos y diálogos, sin enredos móviles ni redes digitales, ni ambiciones imposibles o simplemente atrapando oportunidades como con un cazamariposas y reiventándose con un bolígrafo y un papel, como ha hecho esta joven.

Alba nos regaló mucho más que un cuento, nos obsequió un ejemplo extraordinario para la vida: cómo perder el miedo y hacer posible un sueño. Solo ha amanecido, llegará el día y la luz de alguna novela suya nos cautivará a cuantos ya hemos visto germinar a una hermosa semilla fértil y apasionada. Ahora sabemos cómo pronunciar Abracadabra, para retirar obstáculos, o como cerrar los ojos y abrirlos a una ilusión, a un tesoro impagable, empecemos por reconocer a una nueva escritora.

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