Opinión

Lugares comunes

Dicen los comentarios de la época, que Cánovas y Sagasta tenían una muy buena relación personal. No eran exactamente amigos y cada cual había organizado su vida fuera de la política sin tener en cuenta al otro, defendían pensamientos divergentes, pero en su faceta parlamentaria se guardaban mutuo respeto y probablemente se admiraban el uno al otro. Ese delicado modo de afrontar su rivalidad política tenía probablemente una explicación relativamente sencilla. El jefe de los conservadores y el jefe de los progresistas habían establecido parcelas de responsabilidad común y acordaron la necesidad de compartir determinados objetivos. El malagueño y el riojano disentían en temas muy diversos, desde la enseñanza al compromiso social –que en ambos era sincero y manifiesto pero distinto- y, naturalmente, manifestaban un carácter muy propio y muy preciso que partía incluso de sus lugares de procedencia. Cánovas ceceaba, era extrovertido y con mucho gracejo, había enviudado pronto y se había vuelto a casar, mientras que Sagasta había nacido en un pueblo de la serranía de Cameros donde su padre había sido desterrado por motivos políticos, era serio y hablaba por derecho, y había raptado literalmente a su pareja en la misma iglesia donde estaba a punto de casarse obligada por el padre de ella –militar y carlista- con un asalariado suyo. Huyeron de allí en calesa y al galope, ella vestida de novia, y el padre y el burlado pretendiente corriendo sable en mano detrás de ellos.
La necesidad de establecer objetivos comunes y líneas que no pueden traspasarse fue un ejemplo permanente en las relaciones entre ambos, y esa confluencia la han entendido ya maduros Felipe González y José María Aznar y la han destacado en el último foro en el que han participado juntos y en el que han mostrado un criterio muy próximo a la hora de analizar el bloqueo institucional de ochenta días que estamos padeciendo, la inescrutable cabezonería de los líderes políticos, y la parálisis que nos invade desde que una moción de censura  triunfante por carambola cambió de un modo radical el escenario político. Vivimos en un entorno de pobreza intelectual, jactancia suicida, falta de respeto, indolencia institucional y ambición desmedida.
Eso no nos lo enseñaron nuestros mayores.
 

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