Cartas al director

Nuestros familiares diferentes

A los dieciséis años se enteró de que tendría una hermana y esto se convirtió en la primera gran noticia de su vida. Cuando nació —meses posteriores al fallecimiento del dictador— llegaba del instituto del Calvario, entraba en su habitación, sentábase al lado de la cuna y la veía, pero con los ojos del corazón: ¡tan delicada, pequeña, tan bonita!; la emoción lo embargaba. 

Después le hicieron saber que no era normal, pero no le importaba; la miraba durante muchos minutos seguidos, como si no existiese el tiempo. No obstante, la bebé no era como las demás, algo que constituyó un gran mazazo para sus padres y hermano, con quien aprendió la fraternidad cuando nació. 

Nuestro chico marchó con su maleta verde a estudiar fuera. Atrás quedaba mucho dolor en su familia; bastante soledad e incomprensión del mundo hacia sus padres, llenos de amor hacia él. Por delante, cientos de kilómetros, autoestop, coches y camiones solidarios y trenes. De aldea materna lucense y muy pequeña, al llegar a la urbe se deslumbró; pero su mundo emocional malherido por el gran disgusto que sus padres se llevaron interfería en el intelecto, aunque los exámenes de eso no entendían. 

Yolanda crecía y no, no era como las otras; les faltaba su don que la hacía tan adorable, tierna, inocente. Y desarrollaba un autismo que obligaba a la interpretación para descubrir sus necesidades y deseos. Con el tiempo la benjamina se convirtió en alguien especial en la vida de los hermanos; maestra de respeto, delicadeza, tolerancia, sensibilidad; y se quedó siempre pegada a ese lugar del corazón en que se encuentran nuestros más o menos genéticos hijos. Ya no imaginaban una vida a la que ella no hubiese llegado, lo cual los llevó a comprender lo que luego tan bien expresó un grande: la sociedad que progresa a costa de la parte más desfavorecida lleva inscrita su propia condena. 
A nuestros padres, con amoroso e infinito agradecimiento por el trío: Yolanda, José Antonio y Manuel Angel Fernández García