volvieron las banderas victoriosas

'El legado de Franco resuena en España' (The Wall Street Journal, 01.12.2013).
No al paso alegre de la paz, sino al paso triste de un sepelio. El sepelio de una democracia, que ya nació enferma en el parto de la madre Transición Marca España. Los hijos de aquel padre, quien en su día la engendró, ahora, la entierran. Las campanas tocaron a rebato, y han vestido sus galas del nacionalcatolicismo. Han sentido la llamada de la Patria, que es una unidad de destino en lo universal. Y es que al españolito, como bien diría aquel predestinado ferrolano por la Providencia, no se le puede dejar solo. Hay que reeducarlo, volverle al redil católico, exorcisarle del demonio judeo-masónico-comunista, que se ha apoderado, nuevamente, de sus entrañas.

Es el Estado quien debe decidir, y no los ciudadanos, si nacemos o no, si nos manifestamos o no, si nos independizamos o no, si debemos ser sanos o no, si podemos estudiar o no. No hace falta innovar legislaciones. Cuestión de sacar a la luz aquellos textos educativos, normativos, que nos hicieron ser la reserva espiritual de Occidente. Así lo exige la actual dinámica social, parafraseando al ministro opusino del Interior. ¿Una nueva ley de aborto? ¿Para qué? El delito no admite disquisiciones morales. Se penaliza y punto. Basta con rescatar la Ley de Protección a la Natalidad de 1941, y, consiguientemente, los artículos 411 al 417 del Código Penal de 1944. Mano dura a la mujer aviesa, que se cree ser dueña de su propio cuerpo.

Yo, señor Gallardón, de haber sido mujer, y en sabiendo que pariría un hijo como usted o sus adláteres, abortaría, por razón de malformación de feto, aunque me lo practicasen con una aguja de ganchillo, al no tener medios para acudir al extranjero, como hacían, otrora, las mujeres de posibles, hijas de damas de cerrado y sacristía, peineta y mantilla, para la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado.

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