Opinión

Posesión infernal

Pocos lo recordarán, pero Patrásh era el perro de Flandes en una serie de animación de los años setenta, y ahora es también una forma de jugar que ha devuelto a casa a la selección española de fútbol, antes de lo que muchos hubieran deseado. Patrásh era un can corajudo que tiraba siempre hacia delante del carro de su dueño, el pequeño Nicolás, al que ayudaba a salir de la pobreza trabajando. La selección es un grupo homogéneo de jóvenes millonarios que quisieron creer que podían ganar un mundial pasándose el balón en su propio lado de la cancha, encumbrando el tiqui-taca que idealizaba su entrenador estrella, al ritmo de la canción hecha a medida para animar al equipo “toque, toque, toque”. Casi una premonición.

Toque sí hubo, no podemos negarlo.  Si el fútbol consistiera únicamente en pasarse la pelota entre jugadores de un mismo equipo, lejos de la defensa contraria y bien atrás, evitando el peligro de sus delanteros, ya nos podrían dar el trofeo de campeones. Es inconcebible que aún así, con una simple ocasión nos hagan un gol ¡a nosotros!, los poseedores del esférico, los discípulos del dios “Poseidón” (entiéndase Luis Enrique) que como si fuese un ocupa apostó por la posesión en detrimento de la propiedad del título mundial. No hay más culpable que el seleccionador, que ha impuesto un estilo de juego estéril y no ha tenido más éxito que el de conseguir que su joven selección haya seguido sus directrices a rajatabla, sin rechistar y sin fisuras, ya fuese con convicción o mordiéndose la lengua. 

Porque los jugadores, a muerte con el Míster pero profesionales de lo suyo, tenían que saber necesariamente que el planteamiento táctico del técnico era la crónica de una eliminación temprana y anunciada, aunque no pudieran imaginarse ni de lejos la vergüenza cruel que les aguardaba en la tanda de penaltis. Ningún tiro entró entre los tres palos, no se lo creía ni el Var, cuyo sistema seguramente tuvo que reiniciarse. Como justicia poética, la despedida del mundial no pudo ser más acorde con la errónea convicción de Luis Enrique de contar con la mejor selección y el perfecto estilo de juego. La realidad es tozuda y la imposición del entrenador streamer -disfrazada de carácter- y la ley del silencio que nunca debieron permitirse los jugadores, nos ha llevado a un ridículo final. 

Mi primera reacción tras el partido con Costa Rica -que España ganó 7-0- fue pensar que hubiera estado mejor repartir los goles entre los demás encuentros, porque España acostumbra a desinflarse a menudo. Por desgracia no me equivoqué. Y aunque en los sucesivos encuentros el equipo mantuvo la posesión infernal, los cuerpos de los jugadores poseídos ya están en casa y las almas de los amantes del fútbol penan desde antes de octavos de final. Luis Enrique ya arde en llamas en el infierno donde espera, más pronto que tarde, por su tocayo Rubiales. 

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