Opinión

“Oh là là”

Si teníamos alguna esperanza de que los pronósticos y predicciones en relación con las calamidades que nos esperan a la vuelta del verano fueran una exageración más o menos interesada, las declaraciones del presidente de la República Francesa –por lo general más optimista que Piolín- manifestando el fin de la abundancia, de la liquidez sin coste y de las evidencias, han sorprendido y ensombrecido mucho el panorama político y económico internacional. Sus declaraciones han abierto los telediarios y han sido referidas en las portadas de todos los medios de comunicación.

En España vivíamos relativamente tranquilos, porque estamos acostumbrados a ver un Sánchez muy fluido y distendido, siempre con media sonrisa o sonrisa entera, fardando cuando tiene ocasión, pidiendo confianza en el Gobierno y afeando las críticas catastróficas y mentirosas de la oposición. El Presidente y sus veintitrés ministros trabajan coordinadamente y con éxito para evitar la crisis. Si los sueldos son bajos, subirán el salario mínimo interprofesional y azuzarán a los sindicatos para apremiar a la patronal; si el combustible está por las nubes, subvencionarán unos centimillos; si el precio de la energía eléctrica y el gas están a punto de obligarnos a elegir entre pagar la factura o comer todos los días, pues que sepamos que en el resto de países de nuestro entorno están peor, que nosotros tenemos la excepción ibérica. Todos estos esfuerzos se combinan con las continuas advertencias en tiempo real de la abrumadora subida de precios de modo que, casi sin darnos cuenta, nos preparan para que al final nos parezca incluso poco y tengamos que dar las gracias. ¿Dos euros un café? No es para tanto; tomaremos uno a la semana.

Pero el país de la revolución francesa ha hablado. Y esto ya es otra cosa. Macron ha presentado el fin de la barra libre, de la vida loca y despreocupada, del crédito sin riesgo, en definitiva, de “la vie est belle”. Asistimos a una gran convulsión, ha dicho el presidente del país de la revolución francesa. Y hasta Juana de Arco se hubiera preocupado. La nación donde unos pocos galos resistieron ahora y siempre al invasor y en la que rodaron cabezas para garantizar la república ha alzado la voz para dejar las cosas claras: “Oh lá lá”. Todo el mundo tendrá que hacer esfuerzos. Tous le monde.

No hace falta saber francés para entender lo que significa. Como poco, los franceses responderían con un “merde alors”. Los esfuerzos no van a ser de todos, ni van a ser justos, ni disfrutaremos por igual de la “liberté, egalité y fraternité”. Sorprendentemente en estos tiempos inciertos, la venta de viviendas sigue disparada aunque su precio sea desorbitado. ¿Qué pobres las compran? Los grandes bancos y financieras mejoran sus beneficios, las energéticas se ríen de la crisis y de la guerra y, no cabe duda, los ricos son cada vez más ricos. A los demás no dejan de advertírnoslo, la torta va a ser de órdago, pero que conste que nos han avisado. Ya se lleva diciendo desde hace tiempo que las nuevas generaciones vivirán peor que sus padres y abuelos. Con redes sociales, sonriendo en Instagram, pero comiéndose los mocos, sin trabajo, sin viajes, sin vehículos, sin un estado de bienestar en el que ya hace tiempo que no se está muy bien. De su destrucción se han ido encargando -y continúan en ello- el conjunto de los partidos políticos y gobernantes mediocres de mentalidad cortoplacista y autocomplaciente en el mundo entero. Sin embargo, el Estado que inventó la guillotina ha emplazado a sus ciudadanos: “Allons enfants de la Patrie…” De ellos, de todos nosotros depende que el día de gloria llegue al fin.

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