Opinión

"La La Luz"

El género musical vuelve con fuerza. Mientras “La La Land” triunfa en la ficción cinematográfica en las grandes pantallas de todo el mundo, las eléctricas españolas viven su propio musical de realidad, con los acordes cómplices del Gobierno. A los ciudadanos nos cobran la luz a precio del oro que debe circular por el cableado eléctrico y nos venden la película en la tierra del La La La.
Mia y Sebastian, protagonistas en el celuloide hollywoodiense, bailan para ahogar sus penas y celebrar su amor en el difícil camino hacia el éxito desde los sórdidos tugurios en los que viven. En España son los operadores eléctricos quienes bailan sobre nosotros, borrachos de felicidad, haciendo piruetas para festejar sus millonarios beneficios mientras los usuarios tiemblan del pánico a una factura injusta e incomprensible que nos dejará calentitos sin quitarnos el frío. 
Lejos de adoptar medida razonable alguna, el Ejecutivo –guionista y productor de este largometraje- nos advierte, por voz del ministro Nadal, que el recibo de la luz subirá unos cien euros al año y que la culpa es del viento que no nos acaricia. “The answer, my friend, is blowing in the wind”, la respuesta está flotando en el viento, diría nuestro más reciente premio Nobel de Literatura, Bob Dylan. Y en el precio del gas y una lluvia que no nos cae inmisericorde y que se ríe de las energías renovables. Ajo y agua, ya saben.
El ministro comparecerá en el Congreso para explicarnos la subida de los precios y sus insondables razones, que enraízan en lo más profundo de los caprichosos elementos naturales y se conjugan con otras muchas misteriosas incógnitas políticas y de mercado que tienen como consecuencia el abuso –incluso la violencia- sobre la capacidad económica de los usuarios. Nos contará las causas inevitables que nos llevan a la miseria eléctrica, ocultando las verdaderas razones miserables que la provocan, que pasan por el consentimiento pasivo de una situación de oligopolio que se reproduce en todos los grandes mercados de servicios en manos de unas pocas empresas cuyos intereses influyen y dependen también de la política.
Lamentablemente, no nos van a explicar las decisiones urgentes para solucionar el problema -que impida de partida la subida prevista-, ni las medidas que garanticen un sistema tarifario justo y el abaratamiento de la electricidad, el gas, el agua y las telecomunicaciones, así como el control estricto de los beneficios de las entidades proveedoras imponiendo límites reglados para la protección de los consumidores. No, se van a continuar dedicando a contarnos la película de amor no correspondido. A cantar y a bailar en su Ciudad de las estrellas, La La Luz. 
 

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