Opinión

El desorden agravado que dejas

Podría ser el título de una hipotética segunda temporada de una interesante serie de Netflix, adaptación de una novela homónima –sin el “agravado”- de Carlos Montero, pero no. Desorden agravado podría también ser una expresión para describir el cambio de armario, especialmente de la temporada de verano a otoño, cuando los jerséis de cuello vuelto y las anoraks de pluma y cuello de borreguito no caben en el sitio que dejan las camisetas y vestidos más ligeros y escotados para soportar la canícula. Es grave, porque las gangas de la nueva temporada preocupan más por el espacio que por el precio y ese abrigo rojo buganvilla no es que no me estilice la cintura, es que no tiene acomodo en el armario. 
Pero a la vez este concepto de desorden liga bien con la síntesis y la esencia de la vida que no deja de ser el orden que buscamos y el desorden que encontramos como resultado, tantas veces, y no pocas agravado. Es la manera incorrecta de estar dispuestas las cosas, una situación o estado de confusión que en ocasiones nos toma de la mano mientras intentamos soltarnos para buscar soluciones adecuadas. Pero no.
Este desorden agravado al que se refiere el título es el de Sánchez y es público. Es el desorden público agravado que engulle al delito de sedición y rebaja de quince a un máximo de cinco años de cárcel la pena del delito y reduce a casi la mitad la pena de inhabilitación. Ya no tendremos sediciosos en España sino como mucho malotes o gamberros recalcitrantes que, actuando en grupo, tengan como fin atentar contra la paz pública, actuando con violencia o intimidación sobre personas o cosas, o bien obstaculizando vías públicas ocasionando peligro para la vida o salud de las personas o invadiendo instalaciones o edificios. 
Quien tiene mayoría suficiente y tiene el Boletín Oficial del Estado puede cambiar el panorama legislativo del país para mejor o para peor. El Gobierno con esta reforma cuya aprobación requiere de 176 votos en el Congreso de los Diputados pone en bandeja de los líderes del procés condenados una rebaja de penas que ya quisiéramos los consumidores para el Black Friday. Sería más aceptable la reforma si fuese fruto de un análisis meditado y consensuado para lograr la paz social o algo que se le parezca en Cataluña, y no el peaje que ha de pagar Sánchez para continuar pagando la hipoteca de la Moncloa. Esgrime nuestro presidente moderno el derecho comparado, pero sin un análisis riguroso puesto que los tipos penales nunca son del todo equivalentes, y sin mencionar que sin ir más lejos nuestros vecinos franceses reservan la cadena perpetua para aquellos que pongan en peligro todos los intereses generales del Estado, entre ellos, la integridad territorial. Cierto es que también en los últimos siglos han suavizado la pena, evolucionando desde la decapitación.
La suerte está echada y la reforma se da por sentada con la oposición enérgica de la “idem” y los insultos y exabruptos de los que sin duda y sin ganas seremos testigos, así como la promesa de que “cuando gobernemos lo cambiaremos”. ¿Cambiarán también entonces el nombre del tipo delictivo? Súper Sedición, Sediciosa Traición u Horrenda Abominación Agravada. Este es el desorden agravado que Sánchez deja. No quiero dejar el tema sin felicitar a las mentes privilegiadas que en laboriosas tardes de “brainstorming” dieron con una descripción tan original para este delito, lejos de la arcaica sedición y los sediciosos que tanto le costaba pronunciar a Rajoy. Tres tardes más y la prevaricación sería -por ejemplo- “Resoluciones públicas injustas pero buenas para mí” y el cohecho “Trincar mientras se está en el cargo público”. Todos los tipos pueden ser agravados. 

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