Opinión

Sócrates

Mira que a mí me gustaba Sócrates. También me gusta Portugal, tal vez como reducto cercano al que escapar cuando el olor a mierda, quiero decir corrupción, penetra tanto y con un hedor tal en el olfato cual si fueran cien celulosas juntas tirando con viento norte su nube nauseabunda hacia Pontevedra. Me consta que no soy el único que espera el viento fresco del país hermano deTorga y Pessoa, Antúnez o Eusebio, más bien conozco a otros  a los que solo les falta algo de decisión o tal vez le sobran años para dar el paso, cruzar el puente de Tuy-Valença y cambiar Ourense por Lisboa, y no me refiero al amigo cura y colaborador colega en este periódico, José Carlos. Pero ahora parece que se me venga abajo esta esperanza por culpa de un Sócrates portugués y contemporáneo que traiciona todo aquello que supuso el famoso tocayo griego del siglo cuarto antes de Cristo; ¿por qué, por qué, por qué?: por puñetero dinero. Que buen puñetero es el dinero en exceso que no se ha ganado honradamente, como parece ser el montón de euros deshonestos que ahora tienen preso al expresidente portugués. 
¡Vaya contraste de dos Sócrates! Uno admirable, que pasaba del dinero hasta el extremo de no cobrar por su docencia y método educativo, y no por escrúpulo estúpido sino porque pensaba que era la única forma de blindar su independencia y salvaguarda pedagógica respecto a ser complaciente con el discípulo que no lo mereciera por méritos propios y no por el dinero que pagase al maestro. Esta independencia de la filosofía frente al poder la pagó cara el Sócrates bueno pues la política de turno lo condenó a tomar cicuta,  no fuera a ser que la tirarla por tierra. Demasiado sofista suelto tenía la Atenas de entonces para que pudiera ganarle la razón a la ‘intelectualidad’ integrada al poder con sus ansias de ascenso social y riqueza. Pues bien, frente al admirable Sócrates anterior llega el otro, importante representante de la política contemporánea, con una verdad que en caso de que se confirmen las poderosas razones de su detención supone un poco más de cicuta para la ilusión por la razón y filosofía frente al dinero y el poder político. Y es que mientras Portugal está sufriendo un sacrificado momento con grandes recortes sociales, y en el que tuvo mucho que ver el desgobierno de sus dirigentes, estaba uno de ellos (precisamente el más importante de un tiempo reciente y socialista para más inri respecto al teórico ideal sobre el reparto de riqueza) en Paris forrándose de euros calentitos provenientes de blanqueo de capitales, prevaricación y demás delitos, que además de recortar el dinero público recorta lo que aún es más importante como es la confianza del pueblo.
Al Sócrates corrupto, paradigmático de cierto comportamiento generalizado en la clase política actual pese a quien pese (incluido el señor Rajoy; pues no solo se corrompe el que pilla sino el que estando al lado aunque no pille sin embargo mira hacia otro lado y silba  cuando ve al pillo pillando, y  no pido que tomemos cicuta para salvaguardar lo que es grande para el bien general, pero silbar y silbar, solo silbar…¿se me entiende?), cabría recordarle las palabras escritas en la República de Platón,  discípulo del Sócrates maestro y bueno: ‘Serán ellos, los políticos, a quienes no esté permitido tocar el oro ni la plata (...) Si adquieren tierras, casas, dinero, se convertirán en administradores trapisondistas y en odiosos déspotas. Pasarán su vida entera aborreciendo y siendo aborrecidos, conspirando y siendo objeto de conspiraciones, temiendo, en fin, mucho más a los enemigos de dentro que a los de fuera y así correrán en derechura al abismo, tanto ellos como la ciudad'. Cualquier parecido de este texto con la realidad, al igual que entre los dos Sócrates, es pura imaginación del lector.

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