Opinión

Seamos imbéciles si queremos futuro humano

Es la segunda vez que un grupo de jóvenes de Madrid me invita a unas reuniones que celebran una vez concluidos los trabajos del día -los que tienen ocupación- y que, con independencia del momento lúdico de tomarse una copa, comentan cuestiones que les afectan, en particular la situación de España y el mundo, y de sus inquietudes sobre el presente y futuro que les espera. Es una buena iniciativa que ha ido cuajando cada vez mas intensamente. En la primera ocasión se trataba de jóvenes pero ya situados, es decir, ejecutivos de empresa, asesores, abogados... tanto del género masculino como del femenino. La proliferación de sus reuniones les llevó a invitar a ponentes ajenos a su grupo para que, de ese modo informal, expusieran sus opiniones o experiencias y se sometieran a las preguntas que los asistentes quisieran formularles.

El pasado miércoles, en Madrid, en uno de los restaurantes o establecimientos madrileños de la marca Cinco Jotas, fui invitado por un grupo de este tipo que se autodenomina Young & Seekers, jóvenes inquietos o buscadores en nuestro idioma. Me contactaron a través de uno de mis sobrinos, estudiante de Derecho y Economía. Este grupo está formado por estudiantes que no han concluido la carrera, y muchos de ellos trabajan al tiempo que estudian para poder costearse su vida universitaria en todos los campos, con independencia de la posibilidad de obtener alguna beca complementaria. Pues bien, el grupo de cuatro jóvenes que me recibió antes de comenzar la charla, me insistió en algo tan concreto como esto: háblenos de su trayectoria personal y profesional y cuéntenos los valores que nosotros sentimos que se han perdido en la sociedad española.

Curioso eso de jóvenes estudiantes universitarios hablando de valores perdidos. Mas curioso que la asistencia a la charla, celebrada de pie, sin estrados y con un simple micrófono manual que de vez en cuando soltaba estridentes estallidos, fuera especialmente numerosa. ¿Valores? Pues sí que me ponían la cosa complicada. Así que me decidí a comenzar preguntando qué observan en su entorno. La respuesta es para quedarse frío. Según ellos la mayoría de los jóvenes carecen de cualquier cosa llamada ilusión, no les interesa mas que lo inmediato, trabajar o estudiar cuanto menos mejor, no creen en un futuro a labrarse sino en un jueves o viernes de copas y poco mas. Como digo, desolador. Encima, el encargado de ese establecimiento, también joven, ratificaba punto por punto lo que me contaban esos miembros de la comisión organizadora.

Pues si que estamos bien -pensé- ¿Y a esta gente tengo que hablares de valores? Algunas veces me sucede que al comenzar un parlamento de este tipo siento por dentro la inquietud de que mis palabras y mi esfuerzo argumental caigan en el mas profundo vacío es decir, que no sirvan absolutamente para nada. Aun a pesar de eso, como soy persistente, hablo, y que sea lo que los interlocutores quieran. Así comencé la charla y al segundo percibí el interés, la atención, la inquietud reflejada en sus rostros, una cierta tristeza en sus ojos, un silencio absoluto y un lenguaje corporal expresivo de una suerte de tormento interior por ellos mismos, su presente y su futuro. Nada que ver con la descripción generalizada de minutos antes. En el turno de preguntas una chica de estatura media, morena, de ojos oscuros y vivos, de voz templada y de expresión ordenada me preguntó como definiría en una palabra lo que ellos deberían ser para construir una sociedad nueva

Guardé unos segundos de silencio y le contesté.

-Imbéciles. Debéis ser imbéciles.

Nadie protestó de forma airada pero sus miradas reflejaban cierto estupor, o cuando menos, incomprensión por la respuesta. Sin esperar a que alguien me preguntara el motivo de ese vocablo les expliqué-

-En mi vida cuando decía que había que respetar tu palabra, me decían que era un imbécil. La misma expresión usaban cuando proclamaba el respeto por la dignidad personal, por la coherencia entre palabras y conducta, por el valor del esfuerzo y el trabajo, por la lealtad para con el amigo, por el respeto al ser humano, por huir de la especulación frente a la creación de verdadera riqueza, por ser respetuoso con sus valores y creencias, por no sucumbir a que lo conveniente sea el patrón de tu conducta, por asumir el riesgo de ser uno mismo. Siempre que hablaba de estas cosas -les dije- me decía los triunfadores que era un imbécil porque eso no se lleva en la sociedad moderna, en la que lo que cuenta es la cantidad, el peso, lo que tienes, lo que posees, lo que gastas, y el cómo lo has conseguido es lo de menos, porque triunfar es tener, poseer, disponer, cualquiera que sea el precio y el camino para conseguirlo. Y quien no lo entiende -me decían- es un puro y duro imbécil.

Entendieron el mensaje. Da igual que se use la palabra imbécil o la de gilipoyas, como ocurrió en un periódico americano al hablar de un alcalde español que no se dejó sobornar por un empresario de la promoción inmobiliaria. Pues bien, si queremos construir una nueva sociedad con un modo de vida humano esta muy claro lo que tenéis que ser -concluí: imbéciles, cuanto mas imbéciles, mejor

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