Opinión

Muchas gracias, jueces y fiscales 'de provincias'

Decían los sufis, que de eso sabían un rato, algo tan aparentemente poco original como que solo conoce el sabor del melón quien lo cata. Es posible que mas de uno sonría al leer este pensamiento y hasta piense por sus adentros que para decir eso no se necesita ser sufí, tibetano, iluminado y ni siquiera alumno de bachillerato. Pues se equivoca. Detrás de esa frase se esconde el valor de la experiencia como mejor instrumento del llamado conocimiento verdadero. Por eso los místicos de siempre, los de Oriente como Lao Tse, y de occidente como M. Eckhart, por citar solo dos nombres, han sentenciado de manera rotunda: la verdad es una experiencia. Y eso es lo que quieren decir los místicos del islam: que solo quien conoce sabe, y conocer es experienciar.

Pues esto que opera en todos los campos de nuestra existencia, es particularmente importante cuando del poder se trata. Quiero decir que nadie puede imaginar cómo funciona y dónde llega el poder hasta que lo vive y, sobre todo, cuando le toca sufrirlo. Es entonces cuando términos tales como moderación, legalidad, ecuanimidad, interdicción de la arbitrariedad y demás propios de esa literatura de consuelo de inocentes, son solo eso: palabras capaces de confeccionar un discurso cuya esencia en demasiadas ocasiones es el cinismo, cuando no la falsedad en estado puro.

Para los que nos hemos formado en el Derecho y sufrido la experiencia del Torcido, las leyes, las normas jurídicas son importantes, pero pertenecen al plano mas o menos entelequial porque para convertirse en realidad tangible, para hacerse efectivas, sea en Civil, Penal, Administrativo, Laboral o cualquier otra rama, se necesita la intermediación de un cuerpo jurídico: los encargados de administrar Justicia. Por eso mi admirado Kelsen diferenciaba entre producción normativa, interpretación y aplicación del Derecho, señalando que el equipaje valorativo en cada etapa era diferente. Pero la vida se cuece en la última de tales fases porque es ahí donde hierve a Ley a manos de quienes calientan el fuego y sitúan la olla: los jueces y los fiscales, a quienes sus respectivos Estatutos Jurídicos obligan a obedecer a la Ley y solo a la Ley, esto sí, interpretada, como dice el Código Civil, con arreglo a la realidad social del momento.

No tenemos ni una judicatura ni una fiscalía independiente. Conozco y admiro a jueces y fiscales “de provincias” -aunque vivan en la capital algunos- para los que su independencia de criterio es norma de su recto vivir, para quienes una orden o una conveniencia política o personal no doblega la imperiosidad de la norma. Pero tienen el vivir complicado si quieren ascender en sus carreras, porque en esta España de hoy los políticos se han puesto la Justicia por montera y lo malo, lo peor, es que algunos jueces y fiscales, algunos que habitan en los centros en los que se ejerce el verdadero poder judicial, han decidido seguir a máxima de Goethe: lo justo es lo que conviene al que dicta la sentencia. Así que lo justo es para ellos aquello que les hace”progresar” en los escalones sociales o políticos del vivir mediante la complacencia política, lo que ha venido en llamarse la Justicia del Príncipe. De ahí mi respeto y admiración hacia esos jueces y fiscales “de provincias” -para entendernos- cuya actitud debemos agradecer toda la sociedad.

Y a esos altos niveles ya se ha perdido hasta la vergüenza. Nos tienen tan poco respeto que ya no solo no nos ocultan lo perverso de sus actuaciones, sino que nos lo arrojan a nuestros rostros de súbditos conformistas con un desprecio propio de quien se sitúa por encima de nuestros bienes y sobre todo de nuestros males. Rubalcaba y Rajoy pactan los nombres de quiénes van a formar parte del Consejo General del Poder Judicial, es decir, de quiénes, entre otras cosas, van a decidir los nombramientos, las progresiones, los traslados, en una palabra, los ascensos y descensos en la carrera judicial. Y lo pactan dos personas. Punto y final. Una vez pactados los nombres, en los que los favores del pasado, la afinidad ideológica, el ser de fiar” —lease obedecer sin rechistar— dicen los mal pensados que ocupan laos primeros puestos de la valoración selectiva, los someten al Parlamento que es quien teoréticamente debe “aprobar”, y para vergüenza de nosotros los españoles, ese Parlamento se limita a obedecer y “votar” los nombres que les envían. Y entre esos nombres, los dos hombres que son hoy el verdadero Parlamento, ya han decidido quien será el Presidente, así que el paripé continuará, se reunirá el Consejo integrado por los “aprobados” y “votará libremente” en un acto que sonroja a una mínima sensibilidad, a quien les han dicho que deben situar en la posición de Presidente, nada menos que del Tribunal Supremo.

Ni Parlamento, ni Consejo, ni Presidencias..Nada. Simplemente dos personas que deciden. ¿Democracia? ¿Independencia del Poder Judicial? Cuando escribí mi libro El Sistema. Mi experiencia del Poder. 1994, anticipé lo que ocurriría si no lo evitábamos desde la sociedad. Imaginé que seguirían decidiendo ellos, pero al menos tendrían el pudor de medio ocultarlo y no restregarlo sobre nuestras vidas. Por eso hoy quiero agradecer a tantos jueces y fiscales de provincias que sigan en sus puestos sin arrendar su dignidad.

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