Opinión

El discernimiento y la “gente decente”

La diplomacia Vaticana siempre ha gozado de una fama de exquisitez prístina, capaz de situar sobre el debate las verdades mas abruptas envueltas en delicada educación, no exenta, al menos para los mejores entendidos, de una dosis abundante de elegante ironía. Cuando nombraron al Papa Francisco comenté, creo que incluso por escrito en mi tuiter (@mariocondeconde) que daría inevitablemente que hablar, que no se trataba de uno más en la lista de los Vicarios de Cristo, como se conoce al Pontífice entre los católicos. Y mi juicio no se construía sobre dosis de adivinación eclesiástica, de las que carezco de modo absoluto, sino por ciertos conocimientos históricos, que tienen que ver con la dualidad de atributos que concurren en Francisco: jesuita y argentino. Supongo que alguno se preguntará qué tienen que ver entre sí ambas cosas, porque no todos los lectores dominan el proceso de colonización española en lo que hoy es Hispano América y particularmente la labor que en ese delicado y difícil territorio, físico, geográfico, eclesiástico y doctrinal, desempeñó una orden tan singular como la fundada en su día por Ignacio de Loyola, esto es, los jesuitas, cuyo protagonismo en aquellos lejanos días en las nuevas tierras fue muy notable, al menos por lo conflictivo. Porque bueno es saber que los jesuitas de Perú -domino menos su actuación en Paraguay- si se distinguieron por algo fue precisamente por no admitir las órdenes emanadas ni del Rey ni de la Iglesia, a pesar de estar obviamente encuadrados en la estructura de esta última. Y es que disponen de sus propias reglas y defienden su vigencia por encima de cualquier otra consideración, de modo que ni el poder temporal del Rey ni el superior del Pontífice consiguen la derogación de sus conductas ajustadas a sus propias normas.

Tengo que ser mas preciso. Si alguien lee la historia del Colegio Mayor San Pablo de Perú allá por los años de 1540 comprobará que los jesuitas se oponían con todas sus fuerzas a la discriminación racial que querían imponer las clases dominantes -españolas, se entiende- con una finalidad de fondo que, amparada en lo racial, pretendían algo tan concreto como la pura y dura explotación. En aquellos lejanos días se diferenciaba en la naciente sociedad peruana tres categorías sociales: los españoles, los indios y los negros. Los jesuitas quisieron evitar a toda costa que sus centros de enseñanza discriminaran entre españoles e indios, deseando tratar a todos por igual. Pero no fue siempre posible, porque los españoles de aquellos momentos históricos afincados en Lima entendían que semejante igualdad era algo contra natura, presionaron a los estamentos políticos y manejaron ciertos resorte de la Orden de Loyola, de modo que al final, los jesuitas afincados en tierras limeñas se vieron obligados a ceder y tuvieron que proceder a dispensar enseñanzas por separado. Por cierto, esos españoles que discriminaban se designaban a sí mismos con estas dos palabras: “gente decente”.

Pues Francisco, aunque algunos estamentos eclesiales aplican la sordina como técnica de no-conflicto, ha creado una polémica soterrada de un alcance mayúsculo que se irá apreciando a medida que el tiempo vaya discurriendo sobre nuestras vidas. Antes que nada porque se ha decidido a conceder entrevistas a la prensa y no son pocos los que aseguran que eso no es propio de un Vicario de Cristo. En segundo término, porque en esas concesiones periodísticas aborda temas conflictivos de alto grado explosivo como el papel de la mujer, la excesiva insistencia en temas del aborto y homosexuales, afirmaciones del porte de “nunca he sido de derechas”, la apelación a la “iglesia de los pobres” y otras de alto calado. A mi juicio lo mas interesante es la apelación al discernimiento. Lo digo porque el verbo discernir tiene como sinónimos comprender, entender, juzgar, aclarar, distinguir, por citar algunos. ¿Y eso por qué es tan serio? ¿Acaso la iglesia convencional no propugna el entendimiento, la comprensión, el juicio? Pues pensemos un segundo: ¿qué es el dogma? ¿Acaso el dogma entiende de discernimientos? ¿La aceptación no cuestionada del dogma no es algo insisto en la propia noción? ¿Cabe el debate, la duda, la aclaración, el discernimiento sobre las materias catalogadas como dogma? ¿No enseña la historia que el debate sobre el dogma se ha saldado con complicaciones de primer nivel, por decirlo cariñosamente? Pues si existe alguna duda les recuerdo a los que tengan la paciencia de esto leer la expresión librepensadores, que no era precisamente muy querida de los defensores del papel estructural del dogma. Y es que eso de pensar en libertad tratando de entender se parece mucho, pero que mucho, al papel del discernimiento como actividad humana, y que lo reclame un Pontífice de la Iglesia Católica no deja de producir cierta, digamos, sorpresa.

Hace un par de días, el portavoz de la Conferencia Episcopal, jesuita como el Pontífice pero de otra sección diferente, al ser preguntado por Francisco respondió: “Los católicos estamos con el Papa”, pero inmediatamente puntualizó: “sea quien sea” A mí me parece que, como decía, la diplomacia vaticana es de primer nivel.

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