Opinión

Cinismo y repugnancia

El cinismo es una característica básica de todo Sistema de poder cerrado sobre sí mismo, pero en ocasiones alcanza niveles capaces de provocar, como diría Cioran, una repugnancia perdurable. En estos días son muchos los que se rasgan las vestiduras ante el hecho innegable de unespionaje masivo ejecutado por EEUU del que, al parecer, hemos sido víctimas, si bien mejor sería decir auto-víctimas porque, según cuentan, los servicios del CNI, centro del espionaje español, colaboraron con los americanos para espiarnos a nosotros mismos. Pues bien, esos rasgadores de vestiduras se olvidan de que en el año 1992, en la terraza del piso que ocupaba en el Ministerio de Defensa, el entonces ministro, Julián Garcia Vargas, me refirió la existencia de un informe de espionaje sobre mí que obraba en poder del que sería uno de los reclusos mas famosos de España: Luis Roldán, director, en aquellos días, de la Guardia Civil.

Pocos años después, Julián Sancristobal, ex-Secretario de Estado de Seguridad del Estado español, paseando ambos por el patio de presos de Alcalá Meco, me contó los detalles. Narcis Serra, Vicepresidente del Gobiernoespañol, tomó dinero de los fondos reservados del CESID y se los entregó a Luis Roldán para que elabora un informe espionaje sobre Mario Conde. Y el intermediario fue precisamente Sancristóbal, que contactó con la Agencia Americana Kroll, la encargada por precio de ejecutar el encargo, como reconoció años después en las páginas del Herald Tribune su Presidente ejecutivo.

Una vez que Roldán -acusado de graves delitos- regresó a España de su periplo de fuga de la Justicia, declaró ante el ínclito ex-Juez Garzón todos estos pormenores del espionaje y el ex-Juez lo elevó al Supremo que instruyó causa por malversación y otros delitos contra Narcis Serra. En aquellos días, al tener conocimiento oficial del asunto, llamé por teléfono a FelipeGonzález, Presidente del Gobierno, a su despacho de la Moncloa. Banesto ya había sido intervenido a pesar de lo cual me contestó a la llamada. Le hablé del vidrioso tema y con ese cinismo superlativo del que hace gala en muchas ocasiones me garantizó no saber nada de nada del supuesto informe y espionaje. Cierto que Serra campaba por sus respetos en muchas ocasiones, pero en esta, la envergadura del asunto obligaba a compartir la decisión y su ejecución con el Presidente, como, sin duda, así fue. Por cierto, Serra está imputado por administración desleal gracias a su labor en la arruinada Caixa de Cataluña, de la que fue presidente. En realidad, vista su trayectoria, creo que debería ser juzgado por administración desleal de España, no solo de una pieza financiera, pero, en fin, es asunto de otro costal en este momento.

El espionaje sobre mí queda, entonces, en manos de la llamada Justicia. Contaron con la inestimable colaboración de un magistrado -es un decir- de nombre Marin Pallín, paisano para mas detalles, que dictó un auto el 24 de Julio de 1995 en el que justificó el espionaje de manera tan burda como brutal sobre un ciudadano privado. Vamos que no apreció delito alguno, a pesar de que el objetivo de ese informe, según me dijo Sancristóbal, era utilizarlo en el caso de que yo quisiera dedicarme a la política. Y ni un solo comentarista, político, analista, jurista, juez, fiscal,magistrado, en fin, nadie levantó ni la mas mínima protesta ante semejante destrozo político y judicial.

Poco después, los famosos papeles del Cesid, desvelaron, aparte de la guerra sucia del Gal, la labor de grabaciones telefónicas a las personas mas relevantes de Españaejecutadas desde el CESID que dirigía Serra. Entonces ya se produjeron protestas de cierta envergadura, evidenciando el cinismo de que el espionaje es reprobable o no según que el espiado sea uno de los suyos o alguien que denuncia sus conductas espurias…

Y, por fin, en este momento salen a la luz los espionajes masivos de los americanos con la colaboración española. ¿Motivo para el espionaje? Teóricamente protegernos del terrorismo. Es decir, el eterno conflicto entre seguridad y libertad/privacidad. Estamos dispuestos los ciudadanos a ceder ciertas áreas de intimidad/libertad para ser protegidos de un terrorismo enloquecido. Pero no para que los políticos lo utilicen a su antojo contra nosotros. Esto es lo que ha sucedido en demasiadas ocasiones y frente a ese actitud inmoral -aparte de ilegal- la sociedad se encuentra totalmente indefensa. Y la tecnología moderna se traduce en mejor control de las actividades terroristas, pero al tiempo en mas riesgo de que los políticos que carecen de escrúpulos y que justifican cualquier cosa con tal de conseguir llegar al poder y mantenerse una vez conseguido, controlen mas eficazmente nuestras vidas, aficiones, lecturas, amigos, diversiones, en fin, nuestra mas profunda intimidad. Y el día en el que el único dinero sea el electrónico habremos firmado la sentencia de muerte inapelable de algo que llamábamos intimidad. Y con ella entregaremos cotas muy importante de la vieja libertad.

La clase política se ha habituado a un comportamiento en el que los privilegios de casta y los abusos de poder de muchos de sus miembros constituyen casi el pan nuestro de cada día. Lo peor es que la sociedad española se ha acostumbrado a tolerarlo y a legitimarlo con su voto una elección tras otra. Griterío entre votaciones. Sumisión en las elecciones.

¿Por qué somos así? Porque la arquitectura moral de laclase política no es el único problema. El asunto consiste en que lo sabemos, lo conocemos, hemos tenido pruebas hasta hartarnos. Y seguimos en lo mismo. Por el miedo, por el voto llamado útil, por el mal menor, por la abulia que nos caracteriza, por nuestra entrega y sumisión al poder, por ser un país de súbditos, en fin, por nuestra historia plagada de acontecimientos de renuncia a ser nosotros mismos los dueños de nuestro destino Por eso, a veces, cuando pienso en España como problema me cuesta defender en el interior de mí mismo un Estado y una sociedad que, al lado de momentos ejemplares, han seguido una trayectoria que-debemos admitirlo- dista mucho en muchos casos de merecer ser calificada de ejemplar, siquiera de mínimamente aceptable.

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