Opinión

Teorema del balancín

Este país tiene mucho peligro por su tendencia natural a adoptar el exceso. Nuestra historia nos advierte de esta vocación permanente de fluctuar de uno a otro extremo sin detenerse a contemplar la opción del medio, y debe ser por eso por lo que aquí una opción centrista tiene menos porvenir que el sastre de Tarzán. De ello se percató nada más ponerse un tipo tan de una pieza como el general O’Donnell, un canario de estirpe irlandesa al que un joven llamado Cánovas del Castillo escribió un ideario para afincarlo en política que sugería las enormes posibilidades de llenar el vacío centro, y que el militar ocupó con éxito muy relativo. También le pasó algo de eso a Adolfo Suárez que revivió siglos y pico después la idea. Vivimos en un lugar del mundo en el que, dependiendo de cada tiempo, los curas se pasean bajo palio o se los tira por una ventana. Un país que pasa, de batir todos los registros de familias numerosas, a ofrecer la tasa de natalidad más baja de la Unión Europea.

Ese permanente desequilibrio endémico que provoca en nuestras actitudes un intenso movimiento pendular, asoma hoy su peluda patita de nuevo con la exaltación sincera pero inquietante de la heredera de la Corona. Se ha desatado la “leonormanía”, y desde los medios de comunicación al bueno y sufrió pueblo y un buen puñado de sus diferentes representaciones, se han subido en marcha al balancín y se han entregado en cuerpo y alma a la renovada figura de la princesa y sus incuestionables encantos personales,  que sin duda los tiene. No es en modo alguno inmerecida esta popularidad creciente que se advierte tras la imagen de la princesa de Asturias a partir de su jura de bandera en la Academia de Zaragoza, y tampoco debería preocupar en exceso, pero no es Leonor la que enciende tenuemente las alarmas sino el comportamiento fluctuante y muchas veces sin dueño del pueblo español que pasa del amor al odio con una velocidad pasmosa y si no que le preguntarán si fuera posible al general Riego. Posible desde luego no es, pero su historia puede aprenderse en los libros de texto.

Muchos españoles saben de sobra cómo va esto, y cierto es que a las muestras entusiastas pueden suceder sin apenas pausa las contrarias y sin razón aparente. Para evitarlo basta con ser naturales y asumir los hechos sin excesos. Con eso sería suficiente.

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