Opinión

Castelar y “El Rasgo”

El día 23 de febrero del año 1865, el catedrático Emilio Castelar Ripoll publicaba en el periódico liberal “La Democracia” uno de los artículos más demoledores, efectivos e influyentes de todo el periodismo español a lo largo de tres siglos. El trabajo, titulado “El Rasgo”, desentrañaba el verdadero sentido de una donación de su propio peculio personal aportada por la reina Isabel II y destinada a engrosar las arcas del Estado muy depauperadas y maltrechas en aquel año maldito cuajado de reveses y sinsabores. La maniobra había sido maquinada por el general y presidente Ramón Narváez para tratar de presentar un rasgo de generosidad de la soberana que a su vez escondía sin embargo una notable operación de arquitectura financiera capaz de revertir a Isabel cuantiosos beneficios y blindar sus posesiones personales por el módico precio de una donación graciosa que legitimaba además su figura ante un pueblo que comenzaba a dudar tímidamente de las bondades de su soberana.
La historia siempre se repite, y pasajes de un pasado lejano vuelven a darse cita siglos después, calcándose unos a otros a pesar del inevitable paso del tiempo. Con el contundente escrito de Castelar demostrando las intenciones ocultas de la Corona, el prestigio de la reina Isabel II se quebró de un día para otro, algo parecido al argumento de ruptura definitiva que significó el safari de Bostwana para el rey Juan Carlos. A raíz de “El Rasgo” salieron a la luz vergüenzas mayores, y el país supo de la perniciosa influencia de una cierta caterva de personajes cortesanos de dudosa calaña que rodeaba a la reina. Los catalogó, los juzgó, los odió y acabó por expulsarlos por la frontera exactamente tres años después, en compañía de la propia Isabel a la que todos consideraron principal responsable de aquellas singulares vergüenzas.
El elefante despatarrado contra el árbol, telón de fondo de un paisaje africano en el que el rey posaba fusil en mano en compañía de una fornida guía igualmente armada despertó todas las conciencias acelerando un proceso de descomposición que, libre ya de consideraciones y prudencias, ha brotado incontenible. Nada pasó cuando don Juan Carlos dio muerte a tiros en Polonia a un oso borracho, pero con el elefante sí pasó y ya no hubo vuelta atrás. De todo modos, yo no soy Castelar. Qué más quisiera…

Te puede interesar