Opinión

Murió Lince

El lince es un animal en peligro de extinción, por lo que estamos obligados a protegerlo por el bien de nuestro ecosistema, porque este felino cumple una función  social al librarnos de carroñeros y alimañas que pululan por la tundra. Es, además, un animal ágil y de fina estampa, cuyo variado pelaje lo hace fácilmente camuflable.
Pero yo, dilecta leyente, le quería hablar de Jaime Corujo, que cubría sus artículos de la Sección de Sucesos con el pseudónimo de tan exquisito representante de la fauna ibérica, (es decir Lince), con algunas de cuyas características, de alguna manera, se identificaba.
A “Minchas” como le llamábamos los amigos de la infancia, le gustaba su trabajo, aprendió el argot delincuencial en las cloacas del lumpen y era un investigador más, que luchaba contra el crimen con su incisiva pluma.
Cubrió infinidad de reportajes de la crónica negra y sufrió serias amenazas que llevaba con aplomo como una carga más que venía implícita con su arriesgada profesión. Antes de ser Lince, fue taxista autónomo y auxiliar de Justicia en el extinto Juzgado de la calle de Cristo. 
En el primer trabajo aprendió lo que era prestar un servicio público, al tiempo que conocía todos los vericuetos de la ciudad; en el siguiente, fue donde fraguó su vocación como luchador contra la injusticia. Algo que supo inculcar a su hijo,  y a su nieta que saca excelentes notas en Derecho Penal y pronto será una erudita jurista.
Fue, como reportero, íntegro, intrépido y prestigioso informador de cuanto crimen se cometía en la ciudad que relataba en términos del argot carcelario, lo que lo hacía ameno, sin que ello significara edulcorar los hechos. Por el contrario, sus pormenorizados relatos gustaban al púbico que lo leía con avidez y exasperaba a los hampones, porque levantaba el polvo de debajo de las alfombras y los dejaba con sus vergüenzas al aire.
Su incuestionable profesionalidad le granjeó el respeto de jueces y policías y su muerte fue anunciada por el Gabinete de Prensa de la Policía, como un miembro más del Cuerpo.
Como persona, nunca olvidó sus orígenes y vivió en la misma calle toda su vida, formando parte de nuestro denominado grupo Canadelo, integrado por los que desarrollamos nuestra niñez y adolescencia en dicho barrio, formándonos en la Escuela de Doña Isaura, uno de cuyos hijos, Jacinto, estaba también en el entierro. 
Y es que dicho sepelio fue apoteósico, por la cantidad y calidad de los que asistieron a darle la despedida a tan entrañable personaje que, cuando se jubiló, tuvo la deferencia de donar su biblioteca, de la historia macabra de Vigo, a la Comisaría de Policía, donde en lugar destacado se expone, en el interior de una hermética vitrina,  lo que viene a constituir,  con sus luces y sus sombras una parte  importante de la memoria de esta ciudad.
Como rezaba  nuestra corona: “Tus amigos del barrio Canadelo no te olvidan”.

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