Opinión

Espías, marrulleros y un cocido

¿Es que queda alguien al que el excomisario Villarejo no haya espiado? Lo evidente es que nuestro “Filemón” ha desplegado una enorme labor chusmeadora, especialmente tras ser jubilado, a través de su empresa de “boñigas y detritos”.
Claro que tampoco le resultaba tan difícil penetrar hasta los intestinos de sus victimas, gracias a la inestimable colaboración de los jefes de seguridad de las empresas afectadas, que en su mayoría eran o habían sido maderos y en cualquier caso estaban supeditados al Cuerpo Nacional de Policía, que los faculta y los sanciona o premia, a través de la Brigada de Seguridad Privada.

Villarejo sabía cuando te habías operado de próstata, si padecías de incontinencia urinaria, si bajabas o no la tapa del wáter, así como tus debilidades de todo tipo, y por supuesto tus proyectos financieros, los medios con los que cuentas, la procedencia de los mismos, tus relaciones con otros empresarios, tus socios, tus amistades, tus amantes; con quién te reúnes, con quién hablas y de qué. Pero, especialmente, tu salud y tu estado anímico para hacer negocios.

Es lo que tiene montar una empresa de fisgonear cuando has sido recientemente un pasma. Como mínimo resulta sospechoso de que va a aprovechar sus relaciones en activo, especialmente cuando la moralidad no es una virtud del andoba.

Claro que lo mismo cabe sospechar del inspector de hacienda que luego trabaja en una asesoría cobrando por enseñar al cliente como defraudar al erario público; de un médico de la seguridad social que a la vez tiene su clínica privada a donde deriva a los pacientes; a los políticos que dan subvenciones a las empresas a cambio de asegurarse un puesto de consejero cuando les falle la canonjía que ahora detentan (un “do ut des”); los altos ejecutivos que traicionan a su empresa pasándose a la competencia con los proyectos, programas y planes estratégicos, obviando su deber de confidencialidad; los alcaldes y presidentes/as de Diputación que como buenos autócratas colocan sin mérito ni capacidad a familiares, amigos y secuaces, buscando el voto cautivo, sin que el resto rechiste, con la esperanza de ser el próximo llamado a ocupar el preciado chiringuito; los jueces y fiscales que utilizan la puerta giratoria para pasarse a la política, demostrado su ideología, y vuelven a su juzgado cargados con todo el bagaje de lo que han conocido, también de sus adversarios, y pretenden hacer creer que son imparciales en sus sentencias. 

Y así podríamos seguir, con el mismo espíritu y razón que aquella mujer árabe (Sherezade) condenada a morir en la mazmorra, que para alargar la aplicación de su pena se dedicaba a contar cuentos al malvado sultán, al que así mantenía entretenido y no pensaba en darle matarile, absorto por conocer el final de cada historieta.
Lo malo es cuando no se trata de historietas de Las Mil Y Una Noches, sino mísera y cruda realidad, y lo peor, encima, es que estas presuntas corruptelas están firmemente arraigadas en nuestra pacata sociedad. Nos hemos acostumbrado a vivir en el lodazal y así nos va. Encima nos encanta el cocido. ¡Antropófagos!

Como no hay negocio que se precie sin una buena pitanza por medio, Lalín debió ser un buen centro de operaciones para todo tipo de marrulleros (¡Ay Villarejo, que te veo!). Por mi parte, este menda, haciendo bueno el signo de la incongruencia que nos caracteriza, se va a engullir, acompañado de un grupo de incoherentes amigos, un asqueroso gorrino con su correspondiente guarnición, en el Retiro, en Nigrán.

Usted disculpe, dilecta leyente, pero España y yo somos así, por eso Sánchez (a) “El Trampas” seguirá ganando las Elecciones.

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