Opinión

¿Nos tomamos en serio la vida?

Una señal de madurez humana es saber apreciar la realidades en su justo valor. No es lo mismo perder unos céntimos, que dilapidar estúpidamente todos los ahorros de la familia; no es lo mismo aguantar un dolor mínimo e instantáneo, que retorcerse con un dolor insufrible y persistente que invade todo nuestro organismo; no es lo mismo disfrutar del placer pasajero de un helado unos minutos del verano, que saborear la inmensa alegría de sentirse a gusto toda una vida con personas que te quieren bien.

Algo falla en nosotros cuando damos importancia a lo que no la tiene, o despreciamos lo que es vital para nosotros y para otras personas.

Los intereses de los consumismos tienden a polarizar. Cada vendedor presenta su producto como el único válido, el mejor. Nos dejamos convencer con cierta facilidad. El problema se agrava por el número incontable de machaconas insistencias: es tal el cúmulo, la frecuencia, la rapidez, la intensidad, y la ambigüedad, que difícilmente tenemos tiempo y capacidad para procesar bien los datos y reaccionar debidamente.

Teóricamente estamos todos de acuerdo en que el máximo valor es la vida misma. La vida de las plantas, la vida de los animales. ¿También la vida humana, la vida de las personas? ¿Cómo asumimos en esta clave la machacona insistencia de cuantos nos quieren imponer su doctrina de “derecho de la mujer” a lo que presentan como “interrupción del embarazo”? ¿Cómo se puede conciliar el valor supremo (sagrado, intocable) de la vida humana con su sangrienta e irreparable destrucción, en tantos miles de abortos?

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