Opinión

Nos necesitamos irremediablemente

¿Quién tenía que haber ido? ¿Quién es el responsable? ¿Quién debe enfrentarse? ¿Quién quedó de hacerlo? Y empiezan las excusas, las evasivas, las justificaciones. Frecuentemente le toca al otro, cuando se trata de sacrificarse. Fácilmente descargamos las responsabilidades en los demás, cuando se trata de rendir cuentas. Es que yo... no te preocupes, ya lo harán. Ya vendrá detrás quien eche una mano al herido en ese accidente. Ya denunciará otro que tenga más recursos. Ya tomarán cartas en el asunto nuestras autoridades. Ya se moverán otros que seguramente están más implicados. Ya lo explicarán los vecinos. Ya buscarán sus hijos. Ya les ayudarán sus padres. Ya, ya, ya.
Adormecemos nuestra conciencia con las falsas seguridades de que otros lo harán; y nos aliviamos en el refugio de ajenas responsabilidades. Arropamos nuestras cómodas tranquilidades con alegatos indefinidos: es cosa de todos. Amortiguamos los impulsos molestos de solidaridades urgentes con impecables razonamientos sobre corresponsabilidades que benefician a todos. Mientras tanto, la ayuda no llega, el estímulo se queda paralizado, los dinamismos se bloquean, y las cosas no se hacen. Nos contentamos fácilmente con decirnos que lo mejor es que cada uno se ciña a lo suyo.
Lo difícil será discernir qué es "lo nuestro". Estamos integrados irrenunciablemente en un grupo humano. No están acotados los lindes de nuestro mundo personal en ámbitos perfilados de manera excluyente. Somos con los demás en el mundo; esto es elemental. Además, nos necesitamos irremediablemente. En nuestra vida íntima, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en la sociedad, para descansar, para superarnos. De manera que nadie puede reducirse raquíticamente a pretendidos contornos individualistas. Por desgracia, es muy frecuente confundir el apoyo mutuo con el descuido compartido.

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