Opinión

MÁS ALLÁ

Muchos vivimos pendientes de lo inmediato, cautivos de la llamada del presente. Nos interesa la producción abundante y rápida. Nos preocupa disfrutar de lo que ya tenemos y conseguir más cosas en seguida. Nos precipitamos sobre las ofertas con afanes acumulativos de seguridad. Las fiestas de estos días nos invitan a mirar a lo alto y a levantar nuestro corazón y nuestro ánimo: vivir en proceso ascensional.


La mirada de muchos se centra en el mundo reducido de nuestros intereses. Solemos pasar por alto aquello que no ofrece el atractivo de unos resultados palpables. Frecuentemente nos dejamos atraer por lo que nos proporciona satisfacción. Y nos asusta, por ejemplo, la perspectiva de la muerte.


¿No tenemos más remedio que resignamos a permanecer atrapados en la dinámica cruzada de intereses inmediatos? ¿No hay nada más allá de lo que se ve, de lo que se percibe, de lo que se palpa, de lo que se demuestra? No podemos movemos en la vida sin fe en los demás. Prácticamente es imposible nuestra vida diaria si no aceptamos tranquilamente la fuerza de esta fe, que nos lleva más allá de lo que podemos experimentar directa e inmediatamente.


Entra en juego el papel verdaderamente primordial de los testigos. Testigos son quienes nos comunican experiencias que nosotros no vivimos directamente; quienes amplían nuestros conocimientos con la aportación de lo que ellos descubren y saben; quienes nos ayudan a ir más allá del círculo pequeño de nuestra existencia, compartiendo con nosotros sus vivencias...


Hay personas verdaderamente persuadidas de que la vida humana no se reduce al término estrecho de unos años. Personas que viven convencidas de que la vida humana no se acaba con la podredumbre del sepulcro. Personas que, con su coherencia, son un signo permanente de nuestro destino glorioso. Hay personas que nos ayudan a ir más allá, por los caminos de una fe viva en Dios. Y nos ayudan a superar todos los 'rastrerismos'.


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