Hay pocas palabras tan ricas en nuestro vocabulario y tan permanentes, seguramente porque hay pocas realidades tan presentes en nuestro mundo. Pocos vocablos tienen un alcance tan plural, seguramente porque pocas realidades se hacen tan vigorosamente activas como el amor en los innumerables grupos humanos que existen. Pocas expresiones resultan tan especialmente significativas, porque pocos tesoros posee la humanidad tan espléndidamente ricos como el amor. Quizá también tengamos que reconocer que hay pocas palabras tan desgastadas.
No estaría nada mal que reflexionáramos un momento sobre nuestra comprensión del amor. ¿A qué llamamos amor? ¿Es amor la entrega avariciosa a las cosas? ¿Es amor el sometimiento irresistible a unos intereses inmediatos? ¿Es amor la pasión volcánica que provoca el placer propio? ¿Es amor el ser esclavizado o esclavizar a personas o cosas?
Amar a una persona significa estar atento a sus necesidades, ser sensible a su situación, compartir sus problemas, ayudar sus búsquedas, apoyar sus esfuerzos, alentar sus progresos, animar sus aspiraciones, fomentar sus esperanzas. Amar a una persona es escuchar su llamada, acoger sus aportaciones, recibir el don de su existencia. Amar a una persona es hacerla partícipe de lo que uno tiene, compartir intereses, comunicar motivaciones, regalar sentimientos, aportarle calor humano, darse en una disponibilidad permanente sin esperar la satisfacción de una recompensa.
Necesitamos todos reavivar esta energía indispensable para la vida de todas las personas. Necesitamos perder el miedo a pronunciar esta mágica palabra volcando en ella el compromiso de 'darle cuerpo' en nuestra existencia diaria. Necesitamos activar los recursos de nuestra interioridad a beneficio de una relación más humanizada. Necesitamos superar nuestras divisiones, nuestras agresividades, nuestros malos humores, nuestros odios, nuestros intereses egoístas. Necesitamos entregarnos incondicionalmente al esfuerzo utópico de una fraternidad universal. Hemos nacido para Amar y ser amados.
