Opinión

Agresividad

No hace falta moverse mucho del propio ambiente para sufrir los zarpazos sorprendentes de múltiples agresividades. La agresividad se nos ha convertido en atmósfera baja y pesante, se nos ha diluido en las situaciones más comunes, se nos ha vertido inesperadamente en las relaciones más insospechadas. Y se nos ha hecho compañera inseparable en innumerables situaciones compartidas.

Nuestros políticos se insultan mutuamente sin mesura y algunos medios de comunicación social se disputan sin reparo la publicación de los acontecimientos más morbosos. Cuanto más, mejor; la libertad de expresión; y tú, más; todo vale. Es que así nos lo pide la gente; y lo justificamos todo con mucha facilidad.

Descargamos nuestra agresividad en los campos de fútbol, en los bares, en la calle, en casa, en los coches, en las cartas al director. Descargamos nuestra agresividad contra las personas que conviven con nosotros, contra los que nos hacen sombra, contra los que tienen autoridad sobre nosotros, contra los que no nos hacen caso, contra los que compiten por nuestro puesto. Ni a nosotros mismos nos perdonamos. Abunda la agresividad contra los que sostienen una ideología diferente a la nuestra, por el mero hecho de no aceptar nuestros postulados.

De alguna manera han logrado insensibilizarnos con tanta imagen, con tanta película, con tanta escena, con tanta lucha, con tanto grito, con tanto rechazo sin piedad. Ya no reaccionamos. ¿Por qué no reaccionamos? Las ventas han de ser agresivas, los ejecutivos han de ser agresivos, los profesionales han de ser agresivos, si quieren gozar de nuestro favor y triunfar. ¿A costa de qué?

¿Por qué no activamos decididamente la energía fecunda de nuestra amabilidad, el aliento vivificante de nuestra cordialidad, el estímulo impagable de nuestra jovialidad? ¿Por qué no nos empeñamos vigorosamente en la aportación de unas relaciones interpersonales gratificantes? ¿Por qué no nos apoyamos con determinación, compartiendo con agradecimiento el don de la propia existencia?

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