Opinión

Agradecimiento

En nuestro mundo comercializado dificilmente dejamos espacios para el agradecimiento sincero. Pago lo que me piden, y no debo nada a nadie. Yo me beneficio, pero el vendedor también gana. ¿Podemos vender o comprar todo? ¿Todos tenemos un precio?

El agradecimiento germina bien en los campos de la gratuidad y del amor. Es una actitud receptiva, que proyecta lo que nos dan desde el calor de una acogida personal. Por el agradecimiento reconocemos el valor de lo que nos regalan. Cuando agradecemos algo, nos disponemos a corresponder positivamente. Estimamos la atención que nos prestan.

Se suele decir: “de bien nacidos es el ser agradecidos”. Los que practican la buena educación reiteran expresiones: “¡gracias, gracias!”. La gente sencilla suele suplir la parquedad de palabras con el signo fecundo de un detalle. Y, si la ocasión lo requiere, lo celebramos festivamente.

Lo que pasa es que andamos tan atareados, tan deprisa vivimos, tan a lo nuestro nos movemos, tan avariciosos de tiempo y de cosas, tan centrados en acaparar y medrar, tan preocupados de lo que tenemos y lo que nos falta, tan pendientes de nosotros mismos... que nos olvidamos de todo lo que recibimos, de todo lo que nos dan, nos olvidamos de lo que los demás hacen por nosotros.

Lo que pasa es que nos hemos habituado a seguir nuestro camino, navegamos en una dispersión hábilmente impuesta, nos organizamos a nuestro aire, somos ampliamente celosos de nuestra autonomía, nos dejamos llevar de nuestras tendencias a la autosuficiencia. Los demás poco cuentan: ¡cada uno a lo suyo! Cada uno que se arregle: ¿qué le debemos a nadie?

Lo que pasa es que hemos estrechado los ámbitos de la gratuidad y del amor, hemos reducido los campos de la relación humana más auténtica, se ha comido terreno a las buenas maneras ¿Dónde va a crecer entonces el bien impagable del agradecimiento?

Crecerá donde se siembre sencillez, donde reine la cordialidad, donde la jovialidad se haga talante sincero de personas y grupos, donde crezca el respeto y el aprecio mutuo, donde se considere a la persona como lo más importante, donde uno no se sienta el dueño absoluto del universo, donde vaya madurando el buen sentido.

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