Opinión

¿Terrorismo o guerra?

Ya hemos hablado, comentando una intervención del papa Francisco, de la posible tercera guerra mundial. Pero acaso faltaba un ingrediente fundamental, que es el terrorismo que acosa por todas partes. Si las medidas se demoran sin aplicarse muy rápidamente, perderemos esta guerra. Como la vamos perdiendo ahora. Han sido las Torres Gemelas, el atentado de Atocha y muchos otros como el de las Ramblas, Londres o Barajas… El yihadismo es una trama militar con bases en toda Europa. Y, en esa trama, España es puente entre las fortalezas del Cercano Oriente y el territorio de combate europeo. España aúna condiciones para ello: 
Geográfica, pues es el paso más sencillo hacia Europa pasando por la península; paso de personas como paso de armas, sobre la infraestructura del negocio mastodóntico del narcotráfico. 
España es, además, waqf, término con que el islam designa aquellos dones, materiales o morales, que Alá concedió benévolamente a sus creyentes y que, por ser donación directa de Alá mismo, no admiten reversibilidad ni modificación en el tiempo. Lo que es entregado por Alá en propiedad a sus fieles lo es por toda la eternidad. Quinientos años de paréntesis son una mota de polvo en el desierto. Para un creyente riguroso, Al-Ándalus -lo que significa España- es intemporalmente musulmana. Que el ejército del islam la utilice hoy como base logística es, en términos de ley coránica, irreprochable. Añádase el odio incondicional que el islam profesa hacia un país que dos de sus ciudades están enclavadas en el norte de África: estamos en el ojo del huracán de esta guerra en curso. Ya han sido amenazadas las catedrales de Sevilla y Santiago de Compostela
El error fatal sería hoy pensar que Europa afronta un problema policial complejo. Y analizar el yihadismo con las categorías usuales para un terrorismo clásico. Es más que terrorismo. Estamos ante una Guerra Santa y, como tal, proclamada por diversas fracciones de un único ejército que el islam homogeneiza. Esa guerra se juega en dispositivos convencionales allá donde domina el territorio. Así fue en Afganistán, hasta que los Estados Unidos destruyó a Bin Laden. Así sucede hoy en buena parte de Iraq y Siria, ante la suicida debilidad de los aliados. Desde esas bases militares se planifican los ataques en territorio infiel como Nueva York en 2001. Sin necesidad de grandes refinamientos clandestinos. 
El islamismo está en Europa. Sólidamente arraigado en las jóvenes generaciones de la emigración musulmana. No hay más que saber mover el rencor que anida en las mezquitas. Pero luchar contra eso es más que una tarea policial. Asistimos a los inicios de una guerra de dimensión mundial. Y, en una guerra, sobre el ejército recae la responsabilidad de no ser derrotados. Esa guerra exige la aniquilación previa de las fuerzas militares del Estado Islámico en Iraq y Siria, por supuesto. Pero también el paciente trabajo de inteligencia que permita infiltrar y limpiar por completo las redes del yihadismo en nuestro propio territorio. Lo cual es imposible sin un control único de inmigración y fronteras en la UE. Nadie debe esperar victorias rápidas. Pero, si las medidas no se aplican muy rápidamente, perderemos esta guerra. Como la vamos perdiendo ahora.
La batalla de Poitiers (19-9-1356) fue una de las principales de la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia. Precedida por la batalla de Crecy en 1346, y seguida por la batalla de Agincourt en 1415, fue la segunda de las tres grandes victorias inglesas de la guerra y ahí el islam tuvo que parar su penetración en Europa.

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