Opinión

Las siete palabras

Es tradicional en muchos lugares de la Iglesia, en el Viernes Santo, la celebración solemne de las Siete Palabras de Cristo en la cruz. Hoy en día las más célebres son las de Valladolid, que congregan en su Plaza Mayor a miles de fieles llegados de todas partes. Por allí han pasado notables oradores. El pasado año, Nuria Calduch, de la Pontificia Comisión Bíblica, animó a “despertar conciencias y solidaridad” por el ser humano. “Solidaridad, corrupción, injusticia, guerra o conciencias”, fueron algunos de los términos utilizados, así como “un grito consolador para la humanidad sufriente y perseguida”. 
La religiosa catalana ha agradecido a Dios su fe en la “fortaleza, la misión y el testimonio de la mujer”. En una alocución histórica, al ser la primera mujer que pronuncia el Sermón de las Siete Palabras de Valladolid en sus 74 ediciones, ha confiado en que la meditación de las siete palabras del crucificado despierte conciencias y avive la solidaridad en favor de la humanidad que padece las consecuencias del odio, la violencia, la guerra, la injusticia, la corrupción, los intereses de los poderosos y los desastres naturales. Para esta catalana, las Siete Palabras reflejan hechos, acontecimientos, experiencias vividas, dolor y sufrimiento. “Son gozo y esperanza. Cada una por separado y todas en su conjunto son expresión y síntesis de la vida de Jesús, una vida entregada libremente por amor a la humanidad”, ha puntualizado.
Se ha ido deteniendo en cada una de las palabras. Así, en la primera: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, ha incidido en un perdón que Dios extiende a todos los que participaron, y todavía hoy participan, en su pasión con la indiferencia, el desprecio, la negación, el ultraje y la persecución. La segunda, dirigida a uno de los ladrones crucificado junto a Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, demuestra la eficacia de su sacrificio. “Su cruz transforma el mundo. Nunca es demasiado tarde para arrepentirse”. En la tercera: “Ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu madre”, ensalzó el papel de la mujer agradeciendo la confianza de Jesús en su fe y fortaleza en su testimonio. 
Si las tres primeras palabras de Jesús en la cruz han puesto de relieve su misericordia para con los demás (sus verdugos, el buen ladrón, su madre y el discípulo amado), las cuatro siguientes reflejan su lucha entre vida y muerte, entre rechazo y aceptación. “Es el martirio del Hijo de Dios”. En la cuarta, Jesucristo clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, nos enseña a aceptar los límites, y esperar contra toda esperanza. La quinta palabra: “Tengo sed”, es un alegato en favor de hombres y mujeres sedientos que anhelan una tierra; jóvenes sedientos que buscan un futuro; niños sedientos de amor; ancianos sedientos de compañía desinteresada. La sexta elogia la fidelidad al Padre y a la misión: “Todo está cumplido”. Y la séptima palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, es un grito consolador para la humanidad sufriente y perseguida, y esperanzador para todos los que queremos seguirle.
En esta semana llamada de Pasión, en medio de la fe y el recogimiento ante hechos tan transcendentales, bien estaría pararse a reflexionar sobre lo ocurrido en el Gólgota, de donde nace la gloria y el gozo pascual. Son siete frases lapidarias que han movido, a lo largo de los siglos, a millones de creyentes que fueron incluso capaces de dar su vida para seguir este ejemplo.
Para cuantos tenemos fe, la cruz es mucho más un mero símbolo. 

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